El amigo Iván González Cruz(La Habana, 1967) me envía su reciente novela La isla del olvido, publicada en la Editorial Verbum (Madrid, 2008). Exhibe en su portada un mapa fantasioso de Cuba del año 1597. He empezado a leerla.
No conozco a nadie que haya escrito más sobre José Lezama Lima. Tiene Iván en su haber (sólo sobre Lezama) los siguientes libros:
1- Lezama-Michavila: arte y humanismo (Valencia, 2006)
2- Imago (Valencia, 2005)
3- Antología para un sistema poético del mundo [dos volúmenes] (Valencia, 2004)
4- Diccionario. Vida y obra de José Lezama Lima [dos partes] (Valencia, 2000 y 2006)
5- Poesía y Prosa. Antología (Madrid, 2002)
6- El espacio gnóstico americano (Valencia, 2001)
7- La posibilidad infinita (Madrid, 2000)
8- Lezama Lima (Madrid, 1999)
9- Archivo de José Lezama Lima Miscelánea (Madrid, 1998)
10- Fascinación de la memoria (Valencia, 1999)
11- Álbum de los amigos de José Lezama Lima [en coautoría con Diana María Ivizate]
12- Órbita de la revista Albur (Valencia, 2002).
De más está decir que en Aldabonazo en Trocadero 162, el libro que preparamos en homenaje a Lezama, no podía faltar un texto de Iván González Cruz. Aprovecho la circunstancia de su nueva novela (anteriormente publicó una titulada El signo de jade, México, 1995), para colgar el ensayo que nos ofreció para Aldabonazo…
LEZAMA O EL CONVIDADO DE PIEDRA
IVÁN GONZÁLEZ CRUZ
© 2008
En: Aldabonazo en Trocadero, 162, Ed. Aduana Vieja, 2008.
La historia ha cumplido en Lezama una de sus predicciones, el riesgo de vivir en un tiempo sin poesía. He aquí una extraña paradoja. Porque el poeta crea un presente poético con su sola existencia. Y él, desde el silencio hostil de la época, trabaja, engendra el futuro de otro silencio, la posibilidad creadora de la aurora. Esta realidad ha permitido desde Dante a Lautreamont que sucesivas generaciones descubran lo que otros, en su momento, no vieron o quisieron no ver. Lezama, como tantos escritores y artistas esenciales, sufrió la indiferencia. Quizás sea un signo de la autenticidad del genio la marginación de sus contemporáneos. Pero hay un silencio que puede ser implacable, más hostil aún que silenciar los dones de una virtud, y es la cita muda de sentimiento y cultura. El recuerdo puede devenir un refinado arte del olvido cuando se evoca a un autor sin conocerle. Muerto el poeta, la conjura contra el poema puede producir sus homenajes. ¡Es tan fácil omitir con la diatriba o la alabanza! Se muere de vida si ésta se desvincula de las causas que la han engendrado. Cuántos no permanecen desconocidos desde la estatua hecha de ellos. Para sobrevivir a la momificación o la reverencia se ha de acudir a los orígenes, la obra. Sólo así el Convidado por el cinismo o la inocencia hace hablar a la piedra.
En 1976, la desaparición física del escritor de Paradiso, hizo visible un vacío prefigurado en su Diario. Las constantes de aquel silencio creador, y la sombra de su hostilidad mayor, habían sido esbozadas ya en su juventud, en una profética meditación:
“Cuando hoy los manuales nos afirman que desde Lucrecio y Virgilio hasta la aparición del Dante, estuvo la humanidad carente de un verdadero gran poeta nos es imposible rechazar esa verdad innegable. Soportad pues esta otra afirmación radicalísima: el hombre de hoy está exhausto, tardará por lo menos cuatro siglos en volverse a llenar de nuevos cantos y de fervor.”
La necesidad de engendrar una nueva conciencia frente a la desolación de esta circunstancia impulsó en Lezama la racionalidad de una gran pasión: vencer a la soledad de la sensibilidad sin razones. Pagó un precio por ello, pero también recibió una ganancia, vivir con luz propia, que es una de las formas secretas de la eternidad.
Más allá de circunstancias y sortilegios habrá siempre que volver a José Lezama Lima, no por ley, sino por ansias. Quienes han intentado pensar y hacer su Paradiso saben que todo nacimiento es un renacimiento. Múltiples son los modos en que ese retorno se produce. En el caso del imaginario lezamiano tres hechos resultan decisivos para la revitalización de la memoria: su Sistema poético del mundo, el Curso délfico y su preocupación por el ser, la vía en que una vocación, el hombre, cumple su destino. Estas tres realidades de su ámbito creador nos dan un Lezama entero, cuyo conocimiento estructura distintas experiencias formativas. Así, el estudio de su concepción poética del universo – representada por el conjunto de su obra literaria – potencia la inspiración; el aprendizaje del curso délfico cultiva el talento creador; y la indagación en los avatares de su biografía enseña al individuo el valor de la confianza en sí mismo. La trayectoria de esa vivencia se da con un coloquialismo sugestivo donde la claridad no se define por la capacidad de interpretar la palabra sino de sentirla. Igual a los grandes escaldas de la Antigüedad, la escritura se hace entonces directa, concisa, desde el impresionismo emotivo de la metáfora. Algunos de sus libros abrieron inusitadas apreciaciones al compás de lo alegórico. La poesía derivará en una finalidad novelada, la novela se convertirá en poesía, y el ensayo se erigirá en punto de encuentro de ambas expresiones. Obras póstumas como Fragmentos a su imán u Oppiano Licario recogen esa progresión hacia la síntesis de lenguajes. En paralelo, el sentido coloquial de su escritura se preocupará por escriturar el ser. El anhelo vitalista de su oratoria se acentúa al paso de los años, como si temiera que un ras de mar o la oscuridad de la época se tragase la palabra impresa y fuera preciso tatuarla en el cuerpo del hombre a fin de salvarle, y con él preservar la imagen, el conocimiento. Las emblemáticas conferencias impartidas sobre La expresión americana fundan esa tradición, la exigencia de un verbo carnal, próximo, convocante, el cual intensificará su sabiduría en las lecciones magistrales acontecidas en 1966 en el Instituto de Literatura y Lingüística, publicadas luego en el volumen Fascinación de la memoria. Éste es el Lezama de Sucesivas o las coordenadas habaneras, el cronista de La Habana, el inventor de un estilo que desvela en la fugacidad de lo cotidiano el detalle de lo eterno. Entretanto, el curso délfico se deslizaba en su trato, completando las señales de su genio literario, pues creía en el valor de la cultura, la biblioteca, para refundar la historia. Diversos autores y textos serán su faro de Alejandría en la conquista de esa meta. Dado a la ventura del saber se aventuró una vez a relatar algunas de las claves que configuraban el corpus délfico de su magisterio, organizado en la espiral de una obertura palatal, la galería délfica y las aporías eleatas:
“A modo de ejemplo y referencia podría decir que la relación incluye textos como El gran Meaulnes, de Fournier; Al revés, de Huysmans; todo Platón, Rilke y Dostoievski; Los cantos de Maldoror, de Lautréamont; Conversaciones con Goethe, de Eckerman; Doktor Faustus, de Mann; Mario, el epicúreo, de Pater; Gaspar de la noche, de Bertrand... Y en otra dimensión, Psiqué, de Erwin Rohde; El otoño de la Edad Media, de Huizinga; El amor y Occidente, de Rougemont; el Tao Te Kink, de Lao Tsé; El libro de los muertos y muchos, muchos más.”
La pluralidad animaba sus enseñanzas, consciente de ser una Universidad para el creador. De esta manera el Sistema Poético invita a la realización del talento y el curso délfico orienta la sensibilidad en el cosmos de su horizonte. Una única exigencia estaba en el umbral de su escuela, la libertad:
“… en toda autocensura, interviene el resentimiento que se impone el creador. Desde luego, yo creo que ningún verdadero creador debe imponerse una autocensura. Si toda censura de fuera es molesta, una censura del creador me parece todavía más desdeñable e inadmisible.”
En este proceso el artista halla el camino, afirma su originalidad que no es otra que ser él mismo. Lo singular emerge en el contexto de lo universal. Cada verso o pensamiento en Lezama propendía a ese fin, despertar en el hombre la voluntad de contar, narrar su verdad, en aras de evitar la deshumanización del mundo:
“¿Lo que más admiro en un escritor? Que maneje fuerzas que lo arrebaten, que parezca que van a destruirlo. Que se apodere de ese reto y disuelva la resistencia. Que destruya el lenguaje y que cree el lenguaje. Que durante el día no tenga pasado y que por la noche sea milenario. Que le guste la granada que nunca ha probado y que le guste la guayaba que prueba todos los días. Que se acerque a las cosas por apetito y que se aleje por repugnancia.”
Las Cartas a Eloísa y otra correspondencia fue el epistolario de su angustia porque la piedra pudiera suplantar a los Convidados. Las piedras siempre estarán. Que no falten jamás los Convidados.