Heriberto Hernández Medina y otros filos del fuego, El Nuevo Herald, 29 de abril de 2010
Escribo en El Nuevo Herald sobre el último poemario del amigo Heriberto Hernández Medina, cuyo reciente fallecimiento ha sorprendido a muchos:
Heriberto Hernández Medina / Al filo del fuego.
Heriberto Hernández Medina y otros filos del fuego
William Navarrete
publicado el domingo 29 de abril del 2012
El Nuevo Herald. All Rights Reserved.
Apenas acababa de recibir el último poemario de Heriberto Hernández Medina, cuando me llegó también la noticia de su muerte, en Miami, el pasado 8 de abril. Otros filos del fuego, publicado en Avondale Ediciones, Lawrenceville, Georgia, bajo el cuidado del escritor Manuel Sosa y portada de Frank Panizo habría sido su último libro si el propio autor no hubiera precisado que los poemas que en él aparecen fueron escritos entre 2007 y 2008. Quiere esto decir que debe haber todavía mucha poesía inédita escrita por él.
Nacido en Camajuaní, antigua provincia cubana de Las Villas, en 1964, Heriberto Hernández se graduó de Arquitectura en 1987 y publicó residiendo aún en su país varios poemarios: Poemas (1991), Discurso en la Montaña de los Muertos (1994), La patria del espejo (1994), Los frutos del vacío (1997). A estas publicaciones le precede el premio David de la UNEAC que gana en 1989. Sale de Cuba hacia Lima, Perú, en 1997 y vive en este país andino hasta el 2001 en que fija su residencia en Miami. En esta última ciudad publica Verdades como templos (2008), Las sucesivas puertas, el frágil aire eterno (2008), reedita algunos de sus poemarios publicados en la isla y gana el Premio anual de poesía del Cuban Museum (2001) y el premio internacional de poesía Nicolás Guillén, en Ciudad México, 2006.
En Miami, Heriberto Hernández funda, en 2008, Blue Bird Editions, un sello editorial en que publica a los poetas cubanos Alejandro Fonseca, Elena Tamargo (también recientemente fallecida en Miami), Esteban Luis Cárdenas, Carlos Pintado (dos poemarios y cofundador de este sello), George Riverón (cofundador también), Vicente Echerri, Rolando Jorge, Manuel Sosa, Reinaldo García Ramos y Manuel Sosa, así como una novela de Arístides Vega Chapú, tres piezas dramáticas de Gilberto Subiaurt y a tres poetas húngaros: Gyorgy Ferdinandy, István Turczi y János Szentmártoni. Muy activo en el ámbito cultural de la ciudad, el autor participaba con frecuencia en presentaciones y lecturas de libros, cuando no era él mismo el artífice de éstas.
Para su último poemario, Heriberto Hernández escogió plasmar en su contraportada los puntos de vista de Roberto Méndez y Manuel Sosa, pero también los de la poetisa cubana Elena Tamargo, fallecida en noviembre de 2011 en Miami. “La experiencia poética de Heriberto Hernández, en más de veinte años de trasegar, alcanza la universalidad que todos compartimos: la experiencia de la palabra que a todos nos representa”, escribe Tamargo en la contraportada del libro.
En Otros filos del fuego hay poemas de gran belleza. Pienso en Maledicencia, por ejemplo, que vale la pena citar: Demasiada resaca, poco oleaje / Demasiado silencio, mucho ruido. / Sin calma, sin música, perdido / el norte u otro signo, la salvaje / sed de otras aguas, dice la primera estrofa. Culmina luego: Que en silencio baje / del cielo a tierra un dardo que le hiera / Una daga que ascienda, sucia, artera, / desde el infierno ardiente, en sus carbones / templada la hoja, sangre a borbotones / haga brotar y en ella ahogado muera.
Es tan lógico como inevitable tratar de encontrar en los versos de este libro eso que muy bien describe el título de su último poema: Señales de humo. Pudiera incluso citarse la última estrofa de Fin de año para asociar al poeta con sentimientos de cansancio ante la monotonía cíclica de las fechas puntuales que marcan la vida: He decidido comer de esta comida insípida / por años o toda esta noche / hasta que amanezca, / o hasta morir, si pudiese. O evocar el poema El poeta suicida como gesto premonitorio ante la tragedia de una vida tronchada.
Tal vez ninguna de esas búsquedas tenga sentido. Ni siquiera ofrecerían respuestas porque el poeta pone especial cuidado en confundir aquello que le aqueja con los sentimientos que le inspiran situaciones externas, ajenas a su voluntad, como designios que marcan nuestras vidas. En todo caso, como muy bien aclara en su dedicatoria, los versos de este libro son versos de desasosiego, cuentas pendientes con un presente determinado, evocaciones nostálgicas de un tiempo perdido en un pasado tan impreciso como la incertidumbre que le provoca el mundo en que vive.
No estoy en otro sitio, / sólo le pongo falsas torres a éste, / sólo hago navegar, / desplegar sus velámenes, sombríos / barcos que me invento, dice en De la felicidad. Versos que provocan extrañamiento, a la vez que intuimos que el poeta no ha abandonado nunca el lugar en donde le crecieron todas sus ilusiones, aunque haya tanto mar de por medio. Un lugar que puede ser representado con un nombre de ciudad, de país, tal vez con una casa, una calle, una familia o, incluso, con una edad, un simple periodo de su vida, un largo sueño.
Creo que el misterio de este poemario, sus “señales de humo”, sus “filos de fuego”, ocuparan a más de un amigo del autor en la búsqueda de respuestas a preguntas que nunca pudieron hacerle, que nunca imaginaron que tendrían que hacerle. A los lectores amantes de la poesía, poco importa la edad o el origen, este libro les hablará de la existencia, del fin de la ilusión, de convicciones más que de dudas, también de los presagios inquietantes en la vida de un poeta. A amigos y lectores, a todos los que abrirán sus páginas para leerlas, este libro les hablará del dolor de conocerse demasiado.