1 juin 2008
En El Nuevo Herald [Paris-Cuba-Paris]
Escribo hoy en El Nuevo Herald sobre la familia de galeristas parisinos Loeb: los hermanos gemelos Pierre y Édouard Loeb, y el hijo del primero, Albert, quien conserva la galería que perpetúa el nombre de esta familia consagrada al arte del siglo XX. Los Loeb vivieron en Cuba durante la Segunda Guerra Mundial. Albert me confiesa en la entrevista que le hice que "fueron los mejores años de [su] vida". Su padre fue el primero en organizar una muestra de Arte Surrealista en París (y en el mundo). Fue quien dio a conocer a Miró y también al cubano Wifredo Lam. En el catálogo de expuestos y promovidos por la galería: Dufy, Modigliani, Utrillo, Marie Laurencin, Braque, Matisse, Calder, Giacometti, Picasso, etc. De este último hacen la primera muestra de sus obras en Cuba. Los detalles más significativos sobre los tres Loeb, en el artículo. La portada del importante libro Voyage à travers la peinture, de Pierre Loeb, es un gouache original de Lam. En Cuba, el pequeño Albert Loeb fue bautizado (por temor de su padre a que el antisemitismo cruzara el Atlántico) y sus padrinos fueron Lydia Cabrera y Alejo Carpentier. En estos días, en la medida de mis posibilidades (tiempo, quiero decir) les pondré imágenes de la sublime exposición de fotografías de época que expone la galería en estos meses.
Gracias a Albert Loeb, por las imágenes y las horas absolutamente sublimes que pasé con él en la "arrière-boutique" de la galería. Cada día es más difícil hablar con hombres sabios. Quedan pocos.
Nota: Las fotografias son de la esposa de Albert Loeb. Ambas fueron autorizadas por el galerista para su publicacion en el diario.
Link: Albert Loeb: abnegación por el lienzo
Publicado el domingo 01 de junio del 2008 en El Nuevo Herald
Albert Loeb: abnegación por el lienzo
By WILLIAM NAVARRETE
A escasos metros de la Escuela de Bellas Artes, en el llamado Carré de Saint-Germain, en donde abundan las galerías de arte desde principios del siglo XX, Albert Loeb regenta su vitrina de arte contemporáneo en París.
Se inició como galerista en 1958, cuando abre su propia galería en Nueva York y colabora con las galerías más importantes del momento: Claude Bernard, Galerie de France y Louis Carré. No ignora que el prestigio de su nombre en el mundo del arte le impide hacer concesiones. ''Nunca he seguido las fluctuaciones de la moda'', me dice cuando le pregunto de qué manera se relaciona con el arte de nuestro tiempo.
Albert Loeb tuvo un padre y un tío –Pierre y Édouard Loeb–, que son iconos del arte el siglo XX en Francia. Ambos eran gemelos y descendían de una familia de judíos alsacianos. En 1924, su padre inaugura su propia galería en París con una exposición de Jules Pascin, a la que asiste Picasso. Fue en ese instante en que comenzó una larga amistad entre este último y Loeb. Un año después será el pionero en mostrar la obra del español Joan Miró en Francia y en organizar la primera muestra de arte surrealista que, bajo ese mismo título, reunió obras de Arp, De Chirico, Max Ernst, Klee, Picasso, Man Ray y otros grandes artistas de la Vanguardia.
Por la galería Pierre Loeb desfilan las obras de Dufy, Modigliani, Utrillo, Marie Laurencin, Braque, Matisse, Calder, Giacometti, el propio Picasso. Sus catálogos están acompañados de poemas de Tristan Tzara, Jean Cocteau y textos de André Breton y Robert Desnos. De Oceanía, Papua-Nueva Guinea y el continente africano exhibe esculturas que, en su momento, constituían una revelación para Europa e influían las corrientes artísticas de la época. En ese contexto nace, en 1932, Albert Loeb heredero del estandarte de consagración al arte que alzó hace más de ocho décadas su padre.
Un doloroso accidente –la segunda guerra mundial y la consecuente persecución contra los judíos– lo lleva de pequeño, junto a sus padres, a La Habana. Poco antes de ese viaje que realizarán en barco desde Casablanca, Pierre Loeb había conocido, gracias a Picasso, a Wifredo Lam. ``Cuando mi padre vio las obras de Lam –me cuenta–, exclamó ante Picasso: ¡pero esto está influenciado por los negros! A lo que Picasso, furioso y con brusquedad, le respondió: ¡Pero está en su derecho porque él sí es negro!''.
Pierre Loeb organiza la primera exposición de Wifredo Lam en París, en 1939. La guerra los hace coincidir en La Habana y una estrecha amistad y colaboración une al más grande de los pintores cubanos con los Loeb. ''La Habana representa los mejores años de mi vida, mis mejores recuerdos'', me confiesa Albert Loeb. ''Allí estudié y aprendí el español en el Colegio Ariel del barrio de El Vedado. A la espera de una visa norteamericana que nunca llegó, vivimos en Cuba el quinquenio de la guerra''. Temiendo que el conflicto se extendiera a América su padre hace que él y su hermana Florence sean bautizados por la Iglesia Católica. ''Mis padrinos fueron Lydia Cabrera y Alejo Carpentier'', me revela con cierto orgullo.
La Habana de aquel entonces se benefició con la llegada de otros galeristas y expertos en arte franceses. Allí también vivían el gran coleccionista Robert Altmann y el escultor checo Bernard Reder. Gracias a su padre que había traído consigo algunos dibujos de Picasso se pudo organizar en Cuba, en la galería del Lyceum, la primera muestra en la Isla de obras del célebre pintor malagueño. ``En el estudio de Lam, en Marianao, yo mismo fui testigo del nacimiento de La jungla, el cuadro más célebre del pintor cubano, hoy en el Museo de Arte Moderno de Nueva York''.
Cuba significó también la escritura de Voyages à travers la peinture, un importante libro de ensayos sobre el arte que Pierre Loeb concibe durante su estancia en La Habana y que hace publicar en las Ediciones Bordas, en 1946, tras su regreso a Francia. En ese libro, cuya portada es un gouache de Wifredo Lam, Loeb escribe tres textos sobre pintores de la Isla: Fidelio Ponce de León, el naif español establecido en La Habana Rafael Moreno y el propio Lam.
Albert Loeb, siguiendo el camino trazado por su padre, inaugura su primera galería en 1958 en Nueva York hasta la apertura en 1966 del espacio que dirige hoy en la capital de Francia. Los artistas latinoamericanos han formado siempre parte del catálogo de obras de la galería. Los colombianos Luis Caballero y Gregorio Cuartas, el uruguayo José Gamarra y los cubanos Wifredo Lam, Joaquín Ferrer, Jorge Camacho y Agustín Cárdenas han sido expuestos con regularidad en la galería de la calle de Beaux-Arts. En la galería de su tío, Edouard Loeb, se exponían las obras del venezolano Jesús Soto. La pasión por el arte contemporáneo no excluye la admiración de Albert Loeb por los maestros de la pintura. Cuando le pregunto por un artista inmortal no vacila en mencionar al gran Velázquez.
Desde niño vivió rodeado de objetos del llamado ''arte primitivo'' de Oceanía y Africa negra que coleccionaba su padre. Desde hace una década ese arte, relegado en general a museos especializados y exposiciones retrospectivas, ha hallado espacio en su galería. Albert Loeb lo comercializa en idénticas condiciones que el arte occidental, algo que lo hace precursor de este ámbito. A partir del 2002, tras continuos viajes a Malí, trabaja intensamente en que se reconozca el arte de las culturas bambara y dogón, no como curiosidad etnográfica, sino como objeto artístico propiamente dicho.
En estos momentos expone la obra del artista norteamericano Robert Guinan, sobre el cual ha realizado el documental Robert Guinan: un peintre en marge du rêve américain, seleccionado por el Festival de Cine sobre Arte de Montreal y el Festival del Palacio Venecia (2006). Tal vez, la incursión de Albert Loeb en el mundo del cine ofrezca mejores pautas del vivo interés que manifiesta por el arte más allá de la simple especulación y las operaciones de compra y venta. ''Cuando uno ha decidido vivir para el arte, descubrir talentos y difundir sus obras, el mercado es lo que menos interesa'', es la frase final que resume la vida y obra de una trayectoria de abnegación en el universo de los lienzos.
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