Fundada en el siglo XV por el conquistador Alonso Fernández de Lugo, La Laguna fue la capital primada del archipiélago y en ella se fundó la primera Universidad de las islas, en 1701. Además de un microclima que, dada la altura, permite que llueva cuando todo en derredor está seco, La Laguna posee un centro histórico repleto de hermosos palacetes, conventos e iglesias de los siglos XVI, XVII y XVIII. En La Laguna se encuentra el Archivo Diocesano (calle Anchieta), que atesora los libros sacramentales (bautizos, matrimonios y defunciones) de todas las parroquias de Tenerife. Los que buscan antepasados canarios (cosa ésta muy de moda ahora en que el despetronque general de América Latina provoca el viaje a la inversa de los descendientes de colonos y otros), tienen que fajarse con los horarios estrambóticos de esta venerable institución. A ello habrá que sumarle la dificultad de leer los libros (muchos de ellos sin Indices de nombres) en microfilmes, una medida comprensible si se quiere preservar este patrimonio en que aparecen todas las sagas familiares de Tenerife desde los primeros bautizos. Cada vez que vengo a la isla dedico lo menos unas diez horas de investigación a este Archivo. Son investigaciones que requieren de tiempo y que suelen hacerse a lo largo de toda la vida. Los muertos no tienen prisa. Ellos saben esperar.
Ahí les dejo algunas puertas señoriales de La Laguna. La gente de esta ciudad hablan con un acentico que a mí a lo que más se me parece es al chileno y que ni siquiera se emparenta con el de Santa Cruz, que está, apenas, unos minutos más abajo.