12 juin 2008

Mi barrio en La Habana










Acabadas de llegar de Cuba. Mi barrio. Mi cuadra. Mi escuela. Mi casa. Mis calles. Y los leones de Quinta Avenida y esa mole horrorosa de la embajada rusa que se tragó la perspectiva de la Iglesia de San Antonio. Mi madre me llevaba a "montar" los leones. Era tan pequeño que no sabía ni dónde estaba parado. En aquella época Miramar era una boca de lobo. Y para matar el aburrimiento de un barrio de fantasmas pedía que me llevaran a ver cómo cambiaba de luces el semáforo de Quinta y 42. Sólo recuerdo una angustiante sensación de abandono, unas fiebres que me hacían delirar y ver las luces más grandes de lo que en realidad eran. Ahí están, más mal que bien, los leones de mi infancia. Han perdido entre tanto, uno el hocico y el otro media pata. Son los sobrevivientes de la Guerra de las Cinco Décadas, la guerra de unos contra otros que se extiende ad infinitum y aparece siempre en los ámbitos más insospechados. Es eso que los del argot " in " llaman "daños colaterales". Ni siquiera deberían ser "colaterales" pues son tan grandes y están tan presentes que hasta la tasa de natalidad se arrastra por el suelo. Veo que a Quinta y 42 - la antigua Diplotienda - le hicieron un café-terraza. ¿Habrá muchos clientes cubanos? Y me asombro, eso sí, de que casi 20 años después los árboles sigan siendo los mismos: el mismo pino, las mismos recortaditos de Quinta, el abeto de 5ta y 60, los mismos flamboyanes floridos en esta época. Desde ahora voy a luchar por los árboles: son las únicas pistas que podrían guiarnos en esta mezquina tembladera.

Nota:
Obsérvese en la foto del fondo de Quinta y 42 el cartel que proclama la frase de Martí No vivimos para nuestra persona, sino para la patria. Creo reconocer a Celia Sánchez Manduley en ese mismo afiche. ¿Para quién vivió, según el vulgo, la propia Celia? Respuesta: Ya la saben. Ahora bien, por analogía se deduce que "esa" persona es la patria. No sé la de quién porque la mía es otra.