Ayer en Mónaco, el principado de los Grimaldi y uno de los paraísos perfectos para lavar... la ropa, contaminar el Mediterráneo con unas algas tremebundas salidas de su Museo Oceanográfico y de los experimentos delirantes del Príncipe gago, descojonar el litoral robándole hectáreas al mar, recibir a los príncipes de los emporios sean quienes sean, paguen a quien paguen, costeen el bando que costeen, se alíen a quien se alíen, etc. Sin embargo, nadie se mete con Mónaco. Ni siquiera los simples blogueros tan preocupados porque en cualquier pais del Medio Oriente una bandita de cuidadores de ovejas (pues ni a pastores llegan) queme una banderita yuma, dicen nada de esto, de las cuentas, de los bancos, de las fotos de ellos en sus yates brindando no sabemos por qué operación. ¿No saben esos militantes de tibor-lleno dónde es que crece el dinero de los que gobiernan a los pastorcitos? ¿El dinero que paga la prensa y otros misiles para enardecerlos contra Occidente, para hacer que salgan como dementes por las calles de Damasco y mantener a unos y otros en función de gritar lo que sea ya sea a favor o en contra? ¿No han ido nunca a Ginebra? ¿No conocen Gibraltar, Mónaco o Liechtenstein, para quedarnos sólo en las fronteras de esta Europa ajardinada y distribuidora de lecciones de democracia? Creo que deberían mover sus culos un poquito más y dejar de mirar las cosas por las pantallitas de los PC. De lo contrario estarán condenados a ser teóricos de copy/paste o de Pinares del Guayabal Internáutico.
Como todo eso se cae de la mata para cualquier persona medianamente informada (sólo que cada día quedan menos, la verdad) me fui a gozar de la vida y cagarme en todo eso y me quedé en Mónaco disfrutando de las cosas que valen la pena del principado. Por ahora, el Príncipe sigue sin casarse y, por supuesto, está ampliando el clóset de su alcoba pues ya entró en la cincuentena y todavía los periodistas de la rosa le preguntan si no ha encontrado a la mujer que lleve la... tiara. Y él sigue respondiendo que ésta es una decisión que debe ser muy bien sopesada...
Los que se lleguen por aquí este verano, antes de perder los euros de los ahorros en el Casino o en las terrazas del Café de Paris (donde hacen los mejores escalopes "forestière" de la Costa), vayan a ver al Forum Grimaldi esta extraordinaria exposición de Las Reinas de Egipto. Piezas traídas desde El Cairo, Sudán, Turín, Londres, Nueva York, París... La curadoría es de película y la selección muy cuidada. Por supuesto, tal vez para salir de ella cuanto antes, la exposición comienza de atrás para alante, con Cleopatra y la inevitable Taylor en el papel de la ptolomeica. Ya saben, además, que lo de "reina" es una inevitable asociación, pues tal título nunca existió en Egipto aunque haya habido alguna que otra regente y por lo menos dos faraonas. Después, cuando ya se harten de ver papiros, frasquitos, tinteros, estatuas, anillos, pendientes, estelas y de pasearse por dentro de reconstrucciones de mastabas y otros templos, lléguense al Jardín japonés, un sitio zen que les hará mucho bien a aquellos que lo estén pidiendo a gritos.
Por cierto, ahora a los Grimaldi les ha dado por marcar en la ciudad los hitos en donde se detuvo la Princesa Grace. Ahí mismo, en el jardin japonés, aparece la deliciosa norteamericana de La ventana indiscreta plantando el primer cerezo japonés de los parterres en presencia del embajador de Japón ante el Principado. Unos carteles didácticos en cuatro lenguas, muestran los lugares relacionados directamente con Grace y reproducen la mejor foto de ese instante.
Por supuesto, ir al Casino es (al menos para mí) inevitable. Al que le guste jugar los pies se van solos. Me reservo con cuánto me halagó el Dios-Máquinas-de-Juego-y-Otros-Tapetes-Verdes.