31 janv. 2008

La factoría fenicia





Julio de 1997. Hace diez años. Mi primer viaje a Túnez reviviendo los días gloriosos de Cartago. El sitio de Cartago, al norte de Tunisia, resulta, a primera vista decepcionante. Sucede que uno cree que encontrará un conglomerado de ruinas y lo que se encuentra es una sucesión de sitios diseminados a lo largo de manzanas urbanizadas de un barrio residencial al estilo del Miramar habanero. La primera foto la tomé durante mi visita al célebre Tophet de Tanit, paredro (divinidad inferior asociada) de Baal-Hammon. El "tophet" es un sitio sagrado consagrado por los fenicios a su panteón de divinidades locales (baals); se rumora que era el sitio en que se realizaban los "moks" o sacrificios de párvulos vivos (pero nada de esto ha podido verificarse realmente). En épocas del Romanticismo comenzaron a llamar Tophet de Salammbô a este sitio de Cartago, por contaminación de la célebre novela fantasiosa de Flaubert. Y hoy lo llaman aún así para tirarle el anzuelo a los turistas. Todavía conservo el ticket que da derecho a visitar los diferentes monumentos de Cartago. El anfiteatro completamente reconstruido para lo único que sirve es para tener una idea de dónde se situaba. Incluso el puerto púnico ha cambiado su geografía y se necesita tremenda imaginación para darse cuenta de cómo se presentaba. Sin embargo, los que admiran los mosaicos romanos o de fabricación colonial romana encontrarán al Sur de Tunisia el mejor Museo del mundo en este sentido: El Bardo.
Las otras dos fotos corresponden a la célebre Mezquita de Kairouán, en las puertas del Sahara. Recuerdo que disfrutábamos de una temperatura de 47°C. Casi nada. Kairouán es el cuarto sitio sagrado del Islam después de La Meca, Medina y Jerusalén. La mezquita es la más antigua de todo el Maghreb. En la Edad Media su Universidad era comparable a la de París. Su fundación data del 671 dC, pero sólo el minbar (púlpito) y el minarete son anteriores al siglo IX pues la mezquita sufrió reconstrucciones sucesivas durante la Edad Media. En el caso del minbar se le considera el más antiguo del mundo musulmán. Mi guía me contó que existe una superstición que dice que quien cuente las columnas de la Gran Mezquita se queda ciego. Por si las moscas me desentendí del todo de la formidable sucesión de columnas de las galerías exteriores y me lavé los pies en la fuente, dejé los zapatos fuera y entré al templo. (En Túnez, contrario a Marruecos, las mezquitas pueden ser visitadas por los no musulmanes). Luego visité la Escuela Coránica, a la que se entra por el costado de esa especie de concha marmórea de peregrino bajo la cual aparezco. En el pueblo de Kairouán fui testigo de una ceremonia de circuncisión. Resulta que en esos pueblos presaharianos es el barbero local quien todavía se ocupa de esos menesteres. En medio de aquella polvareda que levantaban los camiones y burros, del tropelaje y griterío de los parientes del circuncidado y bajo un sol que rajaba las piedras, el barbero, una vez realizada su labor, corría en círculos exhibiendo como un trofeo el prepucio del infante enganchado en la punta de una tijeras que a mí se me antojaron, dado su tamaño, de jardinero u hojalatero. A pesar de los 47°C un escalofrío me recorrió el cuerpo. El frío que me caló me recordó al personaje de Paul Bowles temblando bajo el inclemente calor del Sahara. Yo creo que mi guía, quien en realidad era un amigo tunecino, se dio cuenta porque llevó a una especie de timbiriche desolador donde pidió el equivalente tunecino de las horchatas de España.