26 oct. 2010

En El Nuevo Herald, mi artículo "A tres décadas del Mariel"

Última novela… de Ramón Luque

Escribo en El Nuevo Herald sobre este libro. Una ocasión de rememorar el Mariel tres décadas después. Unos domingos atrás lo había hecho ya en este mismo diario hablando del testimonio de Reinaldo García Ramos. Ahora se trata de otros escritores relacionados de algún modo con la generación de Mariel.

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A tres décadas del Mariel

A tres décadas del Mariel
William Navarrete
El Nuevo Herald, domingo 24 de octubre del 2010

El Mariel, puente migratorio establecido en 1980 entre Cuba y Estados Unidos, fue la vía utilizada por muchos escritores cubanos para salir de la Isla. Entre ellos los más conocidos son Reinaldo Arenas, Guillermo Rosales y Carlos Victoria, los tres fallecidos tras haberse suicidado.

En Ultima novela: Cuba, 30 años del Mariel (Ed. Aduana Vieja, Valencia, 2010), de enrevesado título y cuyo género no es el que anuncia el título, Ramón Luque (Sevilla, 1968), su autor, aprovecha la circunstancia de una beca otorgada en el 2008 por el Ministerio de Educación de su país para terminar un trabajo de entrevistas que había comenzado en el 2005 durante su segundo viaje a Miami, a escritores cubanos establecidos en esta ciudad: José Abreu Felippe, Luis de la Paz, Rodolfo Martínez Sotomayor y Armando de Armas.

Renuente a enfocar a estos autores desde la perspectiva de los trabajos académicos (tal vez por ser él mismo un profesional de este ámbito y conocer sus limitaciones), Luque decide ofrecer una serie de viñetas, en las que se van mezclando encuentros, estancias, evocaciones de autores del Mariel ya fallecidos, visiones personales sobre la ciudad, todo lo que, de manera casi fugaz, pudo captar durante sus estancias. Aunque el Mariel parece ser el objetivo inicial de la obra --y desde las primeras páginas el lector cree que leerá algo al respecto y en relación con los autores cubanos que llegaron mediante este puente migratorio--, sólo uno de los cuatro escritores presentados (Luis de la Paz) es en realidad marielito. La confusión se crea incluso para personas que conocen bien a los mismos, sus vidas y obra. En ello influye el título, pero también la manera de enfocar el tema. Algo así como si con la investigación aprobada el autor se hubiera dado cuenta de que el Mariel ya no sería el tema principal de la misma sin poder dar un giro en su propósito inicial.

Al margen de estas consideraciones, el libro es de mucha utilidad para quienes ignoran la importancia de este éxodo que cambió la composición del exilio tradicional cubano en la Florida e, incluso, la imagen y faz de la ciudad de Miami. Las historias de Reinaldo Arenas (que Luque ha leído y releído con pasión), el suicidio del joven escritor de carrera literaria truncada, Juan Francisco Pulido, las peripecias de quienes en 1979 se refugiaron en la embajada del Perú en La Habana, las anécdotas referentes a las dificultades sufridas por José Abreu para lograr salir definitivamente de Cuba (vía Madrid en 1983), después de múltiples obstáculos por parte de las autoridades migratorias cubanas, los recuerdos de Luis de la Paz con respecto a su llegada por Cayo Hueso, la tabla-balsa de Armando de Armas y la condición del balsero, el mundo familiar de Rodolfo Martínez Sotomayor, así como el drama de estas dos generaciones de autores prácticamente desconocidos en su país de origen (dado su condición de marginados de la censura) y la difícil integración en el contexto híbrido del exilio, son aspectos que, rescatados como piezas de un rompecabezas desordenado, pueden resultar de valía tras la lectura de esta obra.

Evoca Ramón Luque el ámbito de la literatura comercial (o utilizada para tales fines) en interesantes páginas de su libro y cuenta, de segunda mano, dos enjundiosas anécdotas sobre Carlos Fuentes: una escuchada a un amigo y otra leída a Reinaldo Arenas en uno de sus libros. Indirectamente la moraleja de las anécdotas es la respuesta de por qué la obra de estos cubanos ha quedado fuera del circuito de la literatura promovida desde los emporios editoriales interesados en los éxitos de venta. Entiende y revela cómo la literatura marginal, la que no coquetea con modas o corrientes ideológicas de buen tono, paga con ostracismo su libertad. Y ello, no sólo en un país en donde la censura sea moneda corriente, sino justamente en medio de grandes democracias en que el poderío mediático y editorial cierra puertas y fronteras en lugar de abrirlas.

Es muy interesante también la manera en que el autor describe –desde un punto de vista subjetivo, por supuesto–, las grandes diferencias que existen entre los cuatro autores cubanos, a pesar de que comparten un destino más o menos similar desde sus llegadas a las costas floridanas. No entiende, sin embargo, el espacio suburbano de ciudades como Naples y Miami, que fue donde estuvo la mayor parte del tiempo durante sus estancias. Le molesta la omnipresencia del automóvil, el gris de ciertos edificios como moles desalmadas y la ausencia de peatones caminando por las aceras, temas que –justo es decirlo– son también recurrentes en la obra de muchos autores cubanos establecidos en esa ciudad.

Cuando terminamos de leer el libro de Ramón Luque tenemos la sensación de haber estado en una llana conversación con el autor. No hay subterfugios ni recursos para embellecer o enredar la trama. No hay factor sorpresa. Al no esperarse nada nos concentramos en imaginar la vida de estos escritores, sus motivaciones, sus esperanzas y decepciones, como si se tratara de personajes que viven una novela de la cual –al menos esto queda oportunamente claro– espera Luque se pueda salir definitivamente, cerrar la página para siempre.

Es a ésta última novela a la que hace referencia el título del libro. De ser la última (para él y para los autores con quienes ha compartido) no habrá que seguir escribiendo con la finalidad de lamentar la larga espera de una vida normal para los cubanos, ni publicar cuartillas en medio de la urgencia de tener siempre abiertas las hojas del pasado para con ello dar con el definitivo fin tan esperado. •


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