Aquí, con las fiestas patronales, hace días no se duerme. Es un dale paquí y dale pallá que no te cuento. Hoy, después de sacar al santerío y virginerío de la parroquia, fuimos a buscar por mar a San Blasito a la cueva del barranco de San Blas. Es muy bueno atravesar con un santo el mar, decía mi abuela que atrevesó varias veces en su vida en barca la bahía de Nipe, de Antilla a Cayo Mambí, con la Caridad a cuestas. Me monté en La Joven Miguelina, el barco piloto, y las demás barcas nos siguieron. La tradición es que al llegar a la cala los niños del pueblo se tiran al mar para recoger al santo. Los costaleros aguardaban por ellos en la orilla. Pero lo más espectacular será, después de la gran procesión del sábado, regresar el santo a la cueva. Todo el que le debe promesa en el pueblo se tira al mar para llevarlo, de brazo en brazo, a su lugar de origen. La historia de San Blasito, un santo exclusivo de este pueblo, clasifica para literatura. Hoy no tengo tiempo de contarla (es larga y tiene varios intríngulis), pero en algún momento le echaré manos porque me encanta. Ya le pedí, entre otras cosas, que me quite las ojeras para la gala de esta noche: