Ya van dos veces que me toca montarme en La Joven Miguelina que era el barco que llavaba este año a San Blas de paseo por el mar. Se toma y se canta durante toda la travesía. Se fuma y hasta se van pasando de las barquitas a otras barcas o a los barcos grandes, y hacen competencia en medio del oleaje. Y así desde la noche del tiempo. Si fuera en Francia las "medidas de seguridad" convertirían esta procesión marítima nocturna, original y alegre hasta la saciedad, en un velorio patético, estresante y mierdero. Con mucha clase y champagne, eso sí, pero con extreñimiento de saco y medio de guayabas verdes.
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