... con mucha fiesta y diversión en el programa, algo de estudio (mi investigación después de 5 años ya está casi lista: dos parroquias más y punto final) y un poco de trabajo (o mucho, según se vea, porque sólo Dios sabe lo que es enfrentarse a los horarios macarrónicos de los Archivos de la Casa de Dios y sus ministros. Sin contar que a un sesudo se le ocurrió microfilmar ciertos registros, y el resultado ha sido lamentable porque en el microfilmado se comió los márgenes con lo cual hasta al mismísimo Arzobispo hay que ir a ver para que autorice la búsqueda en parroquias recónditas a las que hasta hace poco sólo se subía a lomo de mulos y ahora en unas guaguas de enigmáticos horarios. Eso sí, todo esto por mi propio gusto y con mucha libertad, o sea, a mi aire que es 180 grados al opuesto de consignas. Y, entre tanto, azul hasta la saciedad. Azul hasta en el mismísimo aire que llena los pulmones. Cada día significa un nuevo ejercicio libre y absoluto del placer.
A esta cala le llaman "Aguaeperro", cuando pregunté por qué me dijeron que "porque en otros tiempos lanzaban desde lo alto a los perros vagabundos. Menos mal que algunos pueblos han evolucionado desde entonces.
Cada barca es una institución, un apellido y en casi todos los casos algún que otro desaparecido en el mar. Las historias dan para escribir varios libros.
Por la mañana, bien temprano, entran con su carga fresquita. Es como un ballet pues llegan siempre en el mismo orden en que parten a medianoche. Al mediodía ya los tenemos en el plato. Aquí sí que no nos pueden pasar gato por liebre.
Cada esquina es un trampolín sobre el gran azul.
La arquitectura playera se integra al azul omnipresente.
En cada rincón del pueblo nasas y barcas.