En este alto promontorio, en el extremo sur de la isla de Léucade, se elevaba (en el lugar del Faro que ahora vemos) un Templo de Apolo cuyo renombre se debía al hecho de que a aquí acudían todos aquellos que padecían cuitas de amor. Resulta que, los sacerdotes recomendaban lanzarse de lo alto de este vertiginoso acantilado para curarse del mal de amor. Evidentemente, lo que los desesperados no sabían es que quedarían curados para siempre porque de ese salto... hacia la muerte, nadie se salvaba. Una de las pobres ilusas que cayó en la trampa fue la célebre Safo, poetisa de la isla de Lesbos, que enamorada a más no poder del batelero Faon vino hasta aquí para librarse del amor hacia el susodicho y de la indiferencia de éste hacia ella. De Safo siempre se han dicho muchas boberías, porque las fuentes son muy posteriores a su existencia. Se evoca su homosexualidad (término anacrónico cuando se habla de la Grecia antigua) e incluso, el siglo XIX, se encargo de inventar el sustantivo "lesbiana" a partir de la isla natal de la poetisa. Si bien la "homosexualidad" masculina formaba parte de la vida griega de aquellos siglos, la femenina era, en cambio, repudiada. Tal vez sea ésta la razón de la celebridad de Safo, de quien dicen "se enamoraba de sus discípulas". En cuanto al salto, sólo algunos hombres se salvaron después de la despetroncada. Uno de ellos fue el poeta Nicóstrato. Aquí dejo imágenes de este fabuloso lugar, alejado de todo, con ululantes vientos y espeluznantes precipicios. Al final, ya que estamos en este jaleo, copio el Himno a Afrodita, de Safo:
El célebre Templo de Apolo se erigía en el lugar que ocupa hoy este faro.
El que tenga mal de amores ya sabe que esta terapia del Salto de Léucade puede ser una cura radical. Si no, pregúntenle al alma de Safo que podrán siempre consultar en el Oráculo de Nigromateon (entrada anterior).
En el horizonte, desde el Salto de Léucade, las islas de Ítaca y Cefalonia.
Himno a Afrodita
Safo (ca. 650 adC - ca. 580 adC)
¡Oh, tú en cien tronos Afrodita reina,
Hija de Zeus, inmortal, dolosa:
No me acongojes con pesar y tedio
Ruégote, Cripria!
Antes acude como en otros días,
Mi voz oyendo y mi encendido ruego;
Por mi dejaste la del padre Jove
Alta morada.
El áureo carro que veloces llevan
Lindos gorriones, sacudiendo el ala,
Al negro suelo, desde el éter puro
Raudo bajaba.
Y tú ¡Oh, dichosa! en tu inmortal semblante
Te sonreías: ¿Para qué me llamas?
¿Cuál es tu anhelo? ¿Qué padeces hora?
-me preguntabas-
¿Arde de nuevo el corazón inquieto?
¿A quién pretendes enredar en suave
Lazo de amores? ¿Quién tu red evita,
Mísera Safo?
Que si te huye, tornará a tus brazos,
Y más propicio ofreceráte dones,
Y cuando esquives el ardiente beso,
Querrá besarte.
Ven, pues, ¡oh diosa! y mis anhelos cumple,
Libera el alma de su dura pena;
Cual protectora, en la batalla lidia
Siempre a mi lado.
* Nota: Parece ser que, con el tiempo, la gente empezo a darte cuenta de que en vez de curarse del amor después del salto a donde iban era directico y bien mojados para el Hades después de una corta visita a Poseidon. Por esa razon, los sacerdotes comenzaron a sugerir que en vez de tirarse del acantilado lanzaran cofres con dinero y plata, que ellos, muy sabia y oportunamente, recogian abajo. Ciertamente, las religiones han sido siempre tremendo negocio.