11 janv. 2009

Sobre "La tabla", en El Nuevo Herald

Algunos me han escrito para decirme que no les funcionó el enlace a mi escrito sobre la novela de Armando de Armas, La tabla. Les copio entonces el contenido a continuación.

'La tabla', un madero a la deriva
WILLIAM NAVARRETE
El Nuevo Herald / Artes y Letras
Publicado el domingo 4 de enero de 2009.

Se trata de una novela compleja y muy original. Me atrevería a decir incluso que es también, al menos en las letras cubanas, una rareza. La tabla (Ed. Fundación Hispano-Cubana, Madrid, 2008) del escritor cubano Armando de Armas (Santa Clara, 1958), establecido en Miami, es eso y también un ejercicio que obliga a las ideas (la "cosa mentale" como representación arquitectónica de lo imaginado) a posarse en el papel con la misma espontaneidad con que su personaje principal (Amadís) va pensando.

Si pudiéramos escribir todo lo que nos pasa en fracciones de segundo por la mente y en el acto lo diéramos a leer, se pensaría que hemos perdido el juicio. La narración que, desde la infancia de un niño cubano, emprende el autor, es una madeja (con múltiples hilos y ángulos) de la vida exterior e interior de alguien que nace atrapado por las circunstancias complejas de la vida cubana en las últimas cinco décadas.

Amadís viaja mentalmente al pasado. Su viaje mental implica recuerdos relacionados con la memoria familiar, con situaciones y costumbres perdidas que salen del recuerdo a veces mediante alguien cercano que las cuenta, otras porque las lleva en el subconsciente aunque lo ignore. Vive el presente, con todo lo imprevisto, azaroso y terriblemente surrealista que ese tiempo puede significar en un país con las características del suyo. Se proyecta, asimismo, hacia el futuro, hacia las fronteras marítimas invisibles de la Isla, buscando la salida personal a un conflicto colectivo que le ha caído del cielo.

Esos tres tiempos, al unísono, sin capítulos, ni puntos y seguido, ni puntos y aparte, ni ninguna otra marca que no sean comas y punto y comas, hacen de La tabla, algo misterioso que por momentos genera (como la Isla misma) sentimientos de claustrofobia y también la impresión de que una sucesión de nudos superpuestos se han ido tejiendo sobre cada individuo que ha sido sometido por un contexto y contenido similares.

Descarnado, dicharachero, imprevisible, adjetivos todos que caben en esta entrega de Armando de Armas, el autor inserta también, como en un remolino, conexiones profundas de la cubanía: una canción, un lema, un dicho, una adivinanza, una reminiscencia culinaria, una referencia sexual en el argot, un personaje épico reconstruido por la propaganda, un acontecimiento determinado, un nombre, una manera de concebir la realidad, propios todos ellos de quienes han vivido determinado período de la historia contemporánea de Cuba.

Al final, una sensación de desolación, de tierra sin asidero, de gentes-fantasmas, de "tabla" a la deriva, emana del cuerpo narrativo de la obra. La locura –ese término utilizado indiscrimidamente cuando la realidad cubana se describe, cuando lo sucedido parece salido de un relato de pura ficción– se convierte aquí en el andamiaje del texto. Un texto en el que no caben las restricciones, la disciplina y ni siquiera lo imposible. Como si el respeto por las normas (incluso las tradicionales) se resquebrajara cuando el autor necesita abordar una realidad que se le escapa a él (y a casi todos) de cualquier sentido racional. En buena medida, De Armas ha entendido que no vale la pena hablar de lo irracional haciendo uso de los códigos de la razón. Lo irracional es bestia desbocada y su escritura se desboca sin temor a romper barreras y cercos. Galopa La tabla sin frenos ni arreos. No entiende, y por ello, no desea encubrir el caos con una estructura que lo sitúe en el ámbito del orden.

En estas circunstancias, La tabla es una novela que puede –a mi juicio muy personal– leerse en diferentes direcciones, siguiendo la intuición personal y el orden deseado. Una tabla (si pensamos en las tablas de la ciencia) sugiere un orden; pero un pedazo compacto de madera, que flota como isla al vaivén de las olas, no escoge en su curso dirección alguna. Esta ''tabla'' se deja arrastrar, se "deja navegar", toca tierra en un punto insospechado y larga de nuevo sus amarras cuando menos lo esperamos, y en este sentido, la historia que nos cuenta Armando de Armas --historia de embates y caprichosas sinrazones-- es la mejor explicación posible ante la ausencia de respuestas.