Los años negros de la Ocupación Alemana, la complicidad de gran cantidad de franceses con el colaboracionismo = delación y deportación, cambiaron (hasta el día de hoy) el panorama de la literatura francesa. La literatura de ideas, la que contaba una verdadera historia que servía de poderoso andamiaje a la obra – o sea, esa literatura que fue y sigue siendo la hazaña literaria de Francia –, fue substituida por una literatura de técnicas y recursos que, como un avestruz de la vergüenza, escondía detrás de complicados juegos malabares de semiótica y semántica, la imposibilidad de contar algo de verdad. ¿Qué podrían contar los del nouveau roman (hasta 1970) y los que trataron de apropiarse del estructuralismo para escribir sus obras, si durante años (me atrevería a decir que posiblemente todavía) la palestra pública rehuyó (como muchos de ellos) el tema de la complicidad con el ocupante?
Al releer Réflexions sur la question juive, libro que Jean-Paul Sartre escribió en el otoño de 1944 y publicó en 1946, entiendo al menos una de las razones por las que (excepto pocos casos), a mi juicio muy personal, la literatura de la posguerra en Francia adolece de cierto "paticojismo". Y esto, sobre todo, si se le compara con los portentosos productos desde Rabalais hasta la década del 1930. Ahora bien, Sartre, en su sopesado ensayo (que algunos, como Georges Bataille, criticaron como también su pasividad durante la Ocupación alemana de una parte de Francia) explica que el antisimitismo pretende erigirse en identidad comunitaria cuando los valores comunitarios están en crisis, algo que ya Proust había anunciado al recordar que el famoso caso Dreyfus había levantado las barreras que separaban al cochero del duque y al aristócrata del burgués. Esa pretensión "comunitaria" termina, como bien pudo verse durante el propio caso Dreyfus (y luego en la II Guerra Mundial), absorbiendo y comprometiendo a grandes masas, necesitadas de responsabilizar a un chivo expiatorio por la larga acumulación de frustraciones, a la vez que creían encontrar un efecto de cura que cicatrizase las fisuras sociales generadas por la sociedad. El resultado, ya se vio, fue demoledor. Lo fue no sólo desde el punto de vista físico y moral, sino que hasta la literatura se encorsetó y se autoamordazó, tal vez por vergüenza, tal vez por aquello de no poder hablar de la soga en casa del ahorcado.
Ahora que Le Clezio engrosa la lista de escritores franceses que han ganado el Nobel (Le Clezio – otra vez según mi opinión muy modesta y personal – es de los pocos franceses que sí ha podido contar algo en los últimos años), subrayo algunas de las frases de aquel otro Nobel (Sartre, en 1964), en sus Reflexiones sobre la cuestión judía. Tal vez el gran mérito de este libro haya sido el de explicar detalladamente los mecanismos del antisemitismo más allá de cualquier criterio que pretenda (malsanamente) de reducirlo a una forma más de xenofobia. O sea, aclarando (en el caso de Satre) que es eso y que, peligrosamente, es también mucho más.
Luego, sobre la pasividad o no de Sartre durante la II Guerra, supongo – como siempre – que eso da de comer a los "posicionistas" de siempre. De algo tienen que vivir, me digo. Sartre fue detenido y encarcelado en un cuartel de prisioneros en Alemania en 1940. Salió de allí gracias a un certificado médico falso y en París fundó un pequeño grupo llamado "Socialismo y libertad". Al parecer, no dijo gran cosa cuando miles de judíos profesores como él, funcionarios del Ministerio de Educación como él, fueron sacados de sus puestos. Incluso, hace unos años salió a la luz una investigación que precisaba que el puesto que él ocupó en el Preuniversitario (Lycée) Condorcet era el que había dejado por la fuerza un profesor judío expulsado. Al parecer alguna que otra de sus obras (como en el caso de Sacha Guitry) se exhibieron en los teatros del París ocupados por los espectadores alemanes. También parece ser que Sartre fue muy habilidoso y supo convertir en renombre político, después de la Liberación, esas dudas de los "años negros". Incluso, integró un "Comité de Depuración" (el mismo que metió a Sacha Guitry durante 60 días detrás de los barrotes sin acusación real) dedicado, de forma espontánea y sin que nadie se lo pidiese, a determinar qué autores franceses habían o no colaborado durante la ocupación alemana. Es posible que sumándose a este Comité (al cual un verdadero Resistente como André Malraux no se sintió digno de pertenecer) Sartre se pusiera del lado de los acusadores por si acaso le revolvían mucho la marmita de los años negros que acababan de pasar.
Todo esto se desprende de mi lectura de estos días. Las frases de Sartre en el mencionado libro que subrayo y traduzco son las que siguen. Espero que el texto del que hablo exista en castellano. Con eso cierro.
Ni un sólo francés podrá sentirse en seguridad mientras un judío, en Francia o en el extranjero, tenga que temer por su propia vida.
El antisemitismo es un esnobismo de pobres.
El antisimetismo es una tentativa de dar valor a la mediocridad con el fin de crear la élite de los mediocres.
Si los judíos no existieran el antisemitismo los inventaría.