Desde Miami, mi parienta Mirtha Elena Ruiz-Torquemada me envía este testimonio que ella recibiera, vía la Iglesia, de un parroquiano de Banes. Mirtha es nieta Raúl Ruiz, un primo-hermano de mi bisabuela Amparo. Reproduzco el testimonio aunque sea un poco largo porque expresa con sencillez y mucha precisión la irresponsabilidad de las autoridades antes y después del paso de Ike con categoría 4 por este pueblo del norte holguinero. Las dos imágenes inéditas que pongo antes del mencionado texto, me las manda desde Valencia la prima María Eugenia Sierra Navarrete, nieta de mi tío-abuelo Jorge Valérico. El teatro Hernández era una sólida construcción de los años 40 en estilo art-deco. La Colonia Española era un elegante edificio con patio andaluz, techo de tejas y salones rococó a la Aranjuez. Ahí ven qué quedó de estas construcciones.
El Teatro Hernández, en Banes, propiedad hasta 1960 de Santiago Hernández, dueño de 32 salas de cine y teatros en Oriente y Camagüey
El edificio de la Colonia Española de Banes, construida en 1911, después del paso del ciclón Ike
TESTIMONIO DESDE BANES
Queridos amigos: lo que cuento es poco en relación con la experiencia vivida desde el día 4 de septiembre, pero mi intención es darles una panorámica de toda la realidad, desde mi experiencia personal.
El día 4 comenzaron los Carnavales de Banes a pesar de que Ike se encontraba en el Atlántico Norte. La sensación era que las fiestas estaban forzadas por las autoridades para "cumplir el cronograma", la gente sin dinero después del período de vacaciones y desanimados pues al haber castigado Gustav el Occidente del país sabíamos que nuestro futuro se volvería cada día más incierto y terrible en cuanto a la alimentación y a lo esencial para vivir. No obstante por la misma inercia que nos envuelve a todos los que vivimos en un sistema como este, poco a poco la gente comenzó a salir a las calles y a gastar lo que tenía tomando cerveza a granel, que por demás, cada día sabe peor.
El 5 amanecieron las calles del centro de la ciudad invadidas de todo tipo de vendedores, venidos desde Guantánamo hasta Camagüey, la suciedad y los olores desagradables ya comenzaban a formar parte de nuestra cotidianeidad, la gente trabajó hasta el mediodía y después a "fiestar" u "olvidar" bajo los efectos de los estómagos mal llenados y del alcohol. Hasta aquí en ningún parte meteorológico hacían alusión a la cercanía de Ike o su posible paso por nuestro territorio (después de lo sucedido el sentir de todo el pueblo es que nos desampararon, nos desinformaron, nos mintieron una vez más), total ¿qué importa? Es el Oriente de Cuba. Más que eso: es Banes.
Alrededor de las 8: 30 pm, bajé con mi esposa e hijos hasta el corredor de unos amigos que viven en Avenida de Cárdenas para ver el paseo de carrozas, comparsas y muñecones. No sabíamos en ese momento que ésta sería la última noche en que íbamos a ver iluminado y alegre a nuestro querido Banes. Subimos inmediatamente terminó, pues los ladrones y rateros que acompañan estas fiestas cazan las oportunidades como estas para llevarse lo poco que tenemos.
El 6 amanecieron las calles con olor nauseabundo, carnavalesco, típico de los lugares donde no existe un adecuado servicio de higiene y provocado por la borrachera y la falta de hábitos en las personas o también por el rencor y la rebeldía que llevamos por dentro y que hace que nos comportemos muchas veces como si viviéramos en el Medioevo.
Al mediodia, antes de salir para mi casa, reviso como de costumbre el correo y es en este momento, cuando con sobresalto, recibo un mapa meteorológico que marcaba la entrada de Ike, categoría 4, por Cabo Lucrecia. Lo imprimí, se lo llevé al cura y regresé é a mi casa. Allí le dije a mi esposa: "Si esto es así, Banes desaparece". Esperé el parte meteorológico del mediodía y sólo hablaron vagamente del fenómeno. Decidimos esperar un poco más tarde.
Alrededor de las 3.00 pm, escucho el rumor de los vecinos diciendo que se habían suspendido los Carnavales. Pongo la radio local y confirmo el rumor: "estaban oficialmente suspendidos por un huracán de gran intensidad que entraría por Banes al día siguiente".
La gente llenaba las calles, paliando los efectos del calor con la cerveza y sin percepción real del peligro inminente que nos acechaba a esa hora, pues desde octubre de 1963, cuando pasó el Flora, Banes había quedado fuera del curso de los huracanes y nadie asociaba el paso de estos a grandes desastres, a no ser por lo visto en imágenes de televisión. Voy hasta la Iglesia y reviso el correo. El último parte meteorológico acababa de llegar y confirmaba el anterior. Hablé con el sacerdote y le pedí que me dejara evacuar junto a mi familia y que se preparara pues seguro iría más gente para la Iglesia. Salí a comprar galletas, algún refresco y otro alimento no perecedero, todo era un gran caos, las tiendas cerrando para resguardar las mercancías, las calles llenas de camiones y guaguas con policías que intentaban forzar a la gente para que parara de tomar y se retirara a sus lugares de origen, los vendedores particulares resistiéndose a terminar de vender su mercancía y en medio de todo esto los altoparlantes que suspendieron la música para dar mensajes urgentes llamando a la disciplina y cooperación del pueblo. Todo este espectáculo continuó hasta las 10: 00 pm, a partir de esa hora el transporte se comenzó a utilizar para traer a la gente de los campos. ¿Hacia dónde? Ya estaba comprobado, por lo sucedido en Pinar del Río, que muy pocas edificaciones resistían a la fuerza de esos fenómenos y entonces había que desechar ciertos "centros de evacuación" que antes habían sido utilizados. A las 12: 00 am del 7 de septiembre ofrecen el parte desde el Instituto de Meteorología, en que confirmaban la entrada por Cabo Lucrecia del huracán. Mi esposa y yo decidimos descansar, para, al amanecer, comenzar a recoger y sacar cosas de la casa. No logramos conciliar el sueño. Algo nos mantenía inquietos y pensé en los pájaros que habían dejado de escucharse un día antes. A las 3:00 am vehículos con altoparlantes pasaron por las calles despertando a todo el pueblo y pidiéndole que buscara sitio donde refugiarse y guardar sus pertenencias. Llamaban una y otra vez para que la gente se despertara y percibiera la magnitud de lo que estaba por venir. Muchos sencillamente no hicieron caso, como la fábula del pastor y el lobo: tanto miedo nos han metido que ya no hacemos caso cuando se presenta una situación real.
Nosotros nos levantamos y en silencio para no despertar a los niños, comenzamos a recoger. No sabíamos por dónde comenzar, pero finalmente todo comenzó a fluir y no paramos hasta las 10:00 am. Cuando ya habíamos sacado casi todo de la casa comenzó a nublarse y a lloviznar intermitentemente. La gente se horrorizó porque pudieron percatarse de que algo grande en realidad se acercaba. Almorzamos en el piso de lo que fue nuestro comedor, teníamos una sensación extraña y nos apresuramos. Cuando escampó salimos para la Iglesia y por el camino pasó un carro con altoparlantes advertía a los que vivían en edificios que bajaran al primer piso, pues no era seguro quedarse después de ese nivel. Ya había gente llevando sus cosas para la Iglesia.
A partir del mediodía el tiempo se deterioró rápido, se sentía mucho calor y las ráfagas de viento fueron aumentando. A las 6:00 pm llovía sin parar y el viento era muy fuerte; a las 8: 00 pm las paredes de mampostería doble de la Iglesia vibraban como si estuviéramos dentro de un avión de propulsión a chorro. El cura y yo nos asomamos por el frente y en medio de la oscuridad vimos pasar palmas, techos de zinc y de fibro y cuanta cosa no ofrecía resistencia al viento. A las 9: 55pm, sentimos ruido en el templo y corrimos a ver: los pestillos habían volado y ocho hombres trataban de mantener cerradas las grandes puertas. Traímos madera y comenzamos a clavar las puertas. Vino la calma de 10 minutos [el ojo del ciclón] y luego los vientos vinieron con mayor fuerza del lado contrario. Sacamos a las 30 personas que teníamos en el templo y los pusimos en la planta baja de la casa parroquial frontera. Sentimos ruido en el sótano y bajamos pues había nueve autos guardados allí. Las puertas se habían abierto por la pesión del viento y las volvimos a cerrar y claveteamos. Durante dos horas más la fuerza del viento fue descomunal. Alrededor de la 12: 00 am comenzó a ceder y gradualmente como mismo había comenzado todo fue terminando. Durante toda la noche continuó lloviendo y el viento iba y venía. Al amanecer, lloviznaba y ya no había viento. Al abrir la ventana el panorama era desolador: no había más árboles detrás de la Iglesia y en ningún lado; las casas en el piso; los postes y cables también. Me vestí y salí para ver si tenía casa. Caminando me parecía que no estaba en Banes, la gente tratando de recoger de los escombros algunas cosas. Fui poco a poco como sin querer confirmar lo que dentro de mí estaba casi claro. Subí por una entrecalle y cuando miré me di cuenta de que no tenía casa. Bajo la llovizna y como si estuviera bajo los efectos de un piñazo en la cara me paré en frente. Vinieron unos vecinos que su casa había sobrevivido y me abrazaron. Yo no sentía nada. Bajé, fui hasta la casa de mi hermana (sin techo), no sabía nada de la de mi otra hermana en Gibara, no había forma de comunicarnos. Salí despacio, el cine sin techo, el parque Cárdenas con los árboles en el piso, las calles cerradas por los escombros, como si una bomba hubiera caído.
El día transcurrió entre el estupor y el dolor de todos. El silencio y la oscuridad de la noche llegaron y desde ese momento ya no importan ni la hora ni la fecha. Todo sigue casi igual a como quedó con la diferencia de que se han recogido algunos escombros de las calles y que los niños comenzaron sus clases sin escuelas y los adultos van a sus trabajos sin local fijo. La falta de agua, de comida y las dificultades para vivir ya estaban aquí antes del huracán. Ahora cuando rezamos cada dia incluimos una nueva intención para que no llueva, pues casi todos en Banes duermen dentro de sus casas pero sin techo.