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El año pasado recorrí palmo a palmo el Langhe (Barolo, Alba, Barberesco, La Morra, etc.). Este año le doy la vuelta al Montferrato, colindante y medio hermana de la primera. Viñedos que en agosto ya están cargados de vides, pueblos medievales en los que nunca falta un imponente castillo impregnado de historias caballerescas, restaurantes de primerísima calidad, torrentes de aguas cristalinas en donde un buen chapuzón nos hace olvidar los 30 y pico de grados, los mejores vinos de Italia, insuperables hongos y trufas, frutas en su máximo dulzor, conciertos inolvidables bajo la luna, enlas plazas y jardines, atardeceres que hipnotizan cuando vemos al sol ponerse, en el horizonte, tras las cumbres siempre nevadas de los Alpes. Después de esta rapidita descripción del placer (y unas pocas vistas terapéuticas para estreses crónicos) creo que nadie medianamente bien consigo mismo podría sentirse irritado.
Rosignano Monferrato, todos los sentidos en función de "la douceur de vivre".
Cella Monte después de los viñedos.
El descomunal castillo de Ceriseto se quedó sin hadas porque Maurizio tocó la lira a la sombra de la higuera.
El campanario románico de San Nazario emerge de un montecito en medio de colinas.
San Nazario e San Celso, perfectamente románica, nacida de una promesa de Carlomagno.
Mientras, entre casabe y casabe, los guanahatabeyes del Cuyaguateje intentaban defenderse de los siboneyes del Habanaguex y éstos de los taínos de Jiguaní, el podestá de Moncalvo, más o menos con similares intenciones (sólo en ello coincidían los extrapolados), supervisaba las obras del foso de su imponente castillo.
Monale.
El castillo de Frinco, desmesurado con respecto al tamaño del pueblo