N° 1 de la serie Varado en París
A estas alturas ya debía estar empezando mi viaje de primavera. Como todo el mundo sabe un volcán de impronunciable nombre islandés tiene a media Europa quieta. Nada es imprescindible y ya se calmará el monstruo. Despegaré en cuanto se pueda. Mientras, no queda otra que esperar y tratar de descubrir en París (cosa difícil 20 años después) algunos sitios desconocidos o repetir otros ya visitados. Así llegué al Museo Cernuschi, en la Avenue Velazquez frontera con el Monceau, obra de un filántropo italiano naturalizado francés al que le dio por las chinoiseries. Reconozco que nunca he sido dado a las artes del Extremo Oriente y que el mundo se me para en el río Ganges, más o menos como sucedió con Alejandro Magno. Pero cada cual come mierda a su manera y a Henri Cernuschi (en italiano Enrico), nacido en Milán en 1821 y muerto en la Riviera Francesa en 1896, banquero, economista y periodista, le dio por reunir estos objetos que luego, al morir, cedió al Estado francés. Ahí dejó el palacete (donde al parecer se dio el primer baile de disfraces con luz eléctrica en la capital francesa), algunas piezas y algo de la exposición de cerámica y porcelana japonesa Edo que hay en estos momentos. Como explican una serie de detalles con respecto a la ceremonia del té nipona (wabicha) y otros temas (por desidia internética le tiré la foto a la banda explicativa y va en coche).