16 avr. 2008

A los 33 de Aldabonazo en Trocadero 162


Acabo de recibir Aldobonazo en Trocadero 162. El primer libro de la Colección "Viendo llover en La Habana" que tengo el gusto de dirigir para Aduana Vieja. Les adelanto que el libro quedó "comme il faut". Los 33 autores del mismo por orden de aparición en el libro :

1- José Triana
2- Regina AVILA
3- Lira CAMPOAMOR
4- Jorge CASTELEIRO
5- Juan CUETO - ROIG
6- Manuel DÍAZ MARTÍNEZ
7- Néstor DÍAZ de VILLEGAS
8- Teresa DOVALPAGE
9- Reinaldo GARCÍA RAMOS
10- Iván GONZÁLEZ CRUZ
11- Germán GUERRA
12- Ernesto HERNÁNDEZ BUSTO
13- Emilio ICHIKAWA
14- David LAGO
15- Alberto LAURO
16- Félix LIZÁRRAGA
17- Carlos M. LUIS
18- Regina MAESTRI
19- William NAVARRETE
20- Carlos PINTADO
21- José PRATS SARIOL
22- José Manuel PRIETO
23- Nicolás QUINTANA
24- Enrique del RISCO
25- Raúl RIVERO
26- Miguel SALES
27- Yoani SÁNCHEZ
28- Enrico Mario SANTÍ
29- Pío SERRANO
30- Raúl TÁPANES
31- Nivaria TEJERA
32- Félix Luis VIERA / ensayo
33- Manuel VÁZQUEZ PORTAL


Cada autor con un texto personal, libre y admirable. Comienzo a enviar los libros hoy a cada uno. Aldabonazo… comienza con un largo poema de José Triana, escrito al pie del ataúd de Lezama durante su funeral (1976) y lo cierra el texto de Yoani Sánchez, quien, de los 33 autores es la única que vive en la Isla. Como bien nos dice "alguien debe cuidar las tumbas de los abuelos". Cuando, en diciembre 2007, le pedí el texto para el libro Yoani me dijo que ella se consideraba ya más bloguera que filóloga. Cuando recibí el texto le respondí que ya nadie sabía muy bien lo que era ser filólogo pero que su texto era un aldabonazo de los más sonoros y buenos; y una bendición tener a alguien que escribiera como ella, desde Cuba. Les adelanto el texto de Yoani:

DE MITOS, MITÓMANOS Y OTRAS FABULACIONES
por YOANI SÁNCHEZ
en : Aldabonazo en Trocadero 162
Ed. Aduana Vieja, Valencia, 2008 / Colección "Viendo llover en La Habana" / pp. 176 - 179.

Hemos terminado por volvernos todos un poco lezamianos. Incluso aquellos para los que la lectura de Paradiso no fue un deleite infinito sino más bien un largo sacrificio – pospuesto en varias ocasiones – han claudicado ante el inquilino de Trocadero 162. No fuimos conquistados por sus frases barrocas, sus rebuscadas citas o su erudición, sino por aquellas parcelas de imágenes en las que, apoyándose en la identidad, el mito y nuestra propia candidez, nos dejó encerrados para siempre.

Esta isla, necesitada de invenciones que apoyen su dudosa genealogía, su breve pasado y – una buena parte de las veces – sus impresentables protagonistas, ha hecho de la metáfora una realidad. Más que mito, mitomanía nacional compartida y ensalzada. Los hacedores de la leyenda nacional, se han encontrado con la difícil tarea de reconstruir la estirpe entrecortada de este trozo de tierra. De ahí que hayan optado por la invención, la fantasía y el embuste. No siempre lo han hecho con la intención de hacérnoslo creer – como sí es el caso de los políticos – sino como parte de un juego consciente de reinvención y parodia de los grandes mitos universales.

La lectura de los textos lezamianos nos devela que toda evocación es una forma de distorsionar el pasado. La metáfora, obtenida de esa desfiguración, sustenta a su vez los nuevos textos poéticos. Cuando la base de la invención es además fantasiosa y ficticia, toda la armazón posterior tiene el inconfundible tufo de lo apócrifo. Ya lo sabía el Maestro, pródigo en referencias inventadas que fueron un dolor de cabeza para los que quisieron probar si eran auténticas. La cosmogonía confeccionada por él en Paradiso, llegaría a convertírsenos en un remoto pasado de tradiciones y ritos, en una fábula irreal y lejana.

Ante la opulenta mesa de doña Augusta nuestra memoria culinaria no puede ubicar ya los sabores, reconocer las texturas y evocar lo probado. La propia familia de José Cemí, entremezclada de nacionalidades y dueña de un central, nos suena tremendamente irreal en los tiempos que corren. De manera que el mito se hizo fantasía, las alusiones se volvieron ficción y el largo camino de iniciación poética del protagonista, se nos convirtió en un recorrido por lo perdido y lo añorado.

Los años aumentaron el grado de irrealidad que encontrábamos en Paradiso a fuerza de perderse las referencias y de girar ciento ochenta grados el escenario de sus personajes. Hasta la forma de presentársenos la historia-mito nacional varió. Sin embargo, la metamorfosis principal ocurrió dentro de nosotros, los ingenuos oyentes del brujo autor de leyendas, nos resistimos entonces a aceptar sus fabulaciones.

Si con el sillón, el tabaco y el asma lezamianos, las invenciones lograban su efecto hipnótico, llegó el momento en que exigimos más. No fueron suficientes los ademanes del contador de cuentos, las citas griegas, las referencias orientales o las volutas de humo para aletargarnos. Necesitamos el guiño inesperado que dijera “nada de esto es verdad, lo acabo de inventar”. Sólo la mezcla del mito y la ironía, la creencia y el cinismo, nos defendió de la dolorosa fantasía llamada Cuba.

El mito sucumbió así ante las certidumbres de la burocracia, la polvorienta cotidianeidad y nuestra renuncia a levantar vuelo. La fabulación rindió armas frente a las consignas políticas, que apelaron también – aunque de una manera más aburrida que en los cuentos – al “lobo de dientes filosos” y al beso del príncipe que nos había despertado. Pero todo proceso tiene su “curso délfico”, su consabida serpiente que se muerde la cola, y al final hemos terminado por regresar a la invención. De hace un tiempo para acá, nos hemos vuelto tremendamente lezamianos.

Después de años aligerando la mitología nacional para poder transportarla más fácilmente a los nuevos lugares que nos señalaban el exilio y el ostracismo, nos ha dado ahora por los detalles, por el barroquismo y la exuberancia. No obstante, ya no está tan claro el pasado, no hay una línea definida que explique nuestra ralea, sino un mito fragmentado y plural que jamás podrá titularse “Paradiso”.

El fatalismo del Maestro también ha regresado. ¿Qué tal si la Ananké llegó para no irse? Si decidió – contrario a la dirección de la actual migración – radicarse aquí, procrear entre estas palmas y nacionalizarse en esta Isla.

Ahora sí que somos lezamianos. Nos mecemos en el sillón, solos, con la respiración jadeante, la casa cayéndosenos a pedazos, la metáfora como refugio y el forzado peregrinar inmóvil. Velamos desde aquí porque “alguien tenía que guardar las bóvedas del cementerio, donde están nuestros padres y nuestros abuelos” y alimentar el fuego del próximo mito, de la nueva ilusión que nos hará reinventar la Isla.


Les pondré el poema de José Triana en próximo post.