Toda visita que se respete comienza, como la nuestra, por la sede del Parlamento Europeo, uno de los sitios más aburridos de la Historia, en donde se hablan, también, las boberías más grandes de la historia, y en donde se va por tuberías el dinero (que pagamos los contribuyentes) porque hay que traducir hasta el más mínimo estornudo en corso, catalán, atlántido, dialecto vernacular de los confines de Escocia y liliputés, lenguas casi todas en vías de extinción, por obra y gracia del Templo de Babel; amén de otras extravagancias de las que estoy muy bien informado, pero de las que prefiero no hablar (ni pensar) porque mi objetivo en la vida es pasarla extremadamente bien, tal y como hacen los que dicen gobernarnos fingiendo que están de lo más preocupados con esto y con aquello cuando en realidad lo que piensan es en lo bien que la van a pasar mañana... Claro, que ellos tienen que guardar la forma pero yo absolutamente ninguna. Que no es lo mismo estar detrás del palo, que hacerse el que se está detrás del palo, que no estarlo para evitarlo o para no darse todos los días el mismo masoquista matracazo. Por eso, sabiamente, no nos bajamos del bus y con desgano le tiré una foto a través de la ventanilla semiopaca del bus, sólo para introducir este retenido comentario.
Luego: La Petite France, el célebre barrio medieval de Estrasburgo, entre aguas, con casas de viguería aparente, la Maison du Tanneur, el puente giratorio, el llamado puente cubierto, etc, etc., Patrimonio Mundial de la Humanidad. En verano, con las ventanas floridas, la visión es mucho más risueña, por supuesto, pero también la multitud puede ser agobiante.