Hoy escribo en El Nuevo Herald sobre uno de los autores del Mariel: el cienfueguero Reinaldo García Ramos y su nuevo libro que presentará mañana en Miami.
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Otra vez el Mariel
Otra vez El Mariel
William Navarrete
El Nuevo Herald, domingo 26 de septiembre del 2010
El Mariel es tema recurrente en el ámbito de las letras cubanas de las últimas tres décadas. Lo es porque muchos autores de la Isla llegaron a Estados Unidos a través de este puente marítimo y porque han reivindicado, mediante su obra y otras manifestaciones, su pertenencia a una generación de contornos difusos. En Cuba, muchos de ellos no existían más que en las tertulias entre amigos. En el exilio, otras circunstancias han hecho que no pocos sobrevivan desempeñándose en actividades que no se relacionan directamente con el ámbito literario.
Un poco de ello hay en el caso de Reinaldo García Ramos (Cienfuegos, 1944). Al llegar al islote de Cayo Hueso, en viaje desde el puerto pinareño del Mariel, no era un escritor reconocido en Cuba. Trabajaba entonces como traductor y evitaba (lo cuenta en esta obra que ahora presentamos) que se fijaran mucho en él. Vivía entonces, en lo posible, al margen de la realidad sociopolítica cubana. Al llegar a Estados Unidos, continuará ejerciendo la profesión de traductor (esta vez en la sede de Naciones Unidas en Nueva York) y, a diferencia de épocas pasadas, publicará parte significativa de su obra en el país de adopción.
La literatura cubana en el Sur de la Florida se enriquece ahora con un nuevo testimonio de aquellos días que precedieron al éxodo más importante a corto plazo del que fueran escenario las aguas del Caribe. Cuerpos al borde de una isla, el libro que acaba de publicar la editorial Silueta, dirigida por el también escritor Rodolfo Martínez Sotomayor, es el recuento casi exhaustivo de la vida del autor durante los casi dos meses que precedieron a dicho éxodo, o sea, el tiempo previo a su salida definitiva de Cuba.
Para Reinaldo García Ramos salvar la memoria de esos días, su caso personal, las historias que vivió en ese momento hasta su salida hacia Estados Unidos a bordo de un atestado barco es crucial en aras de la salvaguarda, para futuras generaciones, de los acontecimientos que han marcado el siglo XX cubano. Tal vez por ello no se permite fantasías literarias más allá de la lógica subjetividad con la que el propio tiempo termina por dotar a ciertos acontecimientos de nuestras vidas. Su caso --tal vez el de decenas de cubanos-- ofrece la oportunidad de reflexionar acerca de la fragilidad humana en medio de circunstancias históricas imprevisibles. El autor avanza a ciegas en ese universo en penumbras que es el de intentar huir de un poder ominipresente. Oye rumores, intenta contactar a sus familiares en Miami, no sabe a ciencia cierta qué está pasando o qué va a pasar. Por las noches, discretamente, con temor casi, enciende el radio y sintoniza lo que es entonces la única vía de información posible: La Voz de las Américas de los Estados Unidos de América, trasmitiendo desde Washington, una especie de Radio Europa Libre para los cubanos de entonces. En la emisora tampoco logra obtener mucha información acerca del éxodo que se prepara o sobre los sucesos de la embajada de Perú, detonante del inminente Mariel.
El lector cubano, conocedor de pormenores de este viaje emprendido por más de 125,000 compatriotas, no hallará mucho de novedoso en este libro. Los menos informados, aquellos que pertenecen a generaciones más jóvenes, y los extranjeros, por supuesto, sí podrán hallar en él una fuente de primera mano que les contará, con rigor, lo sucedido. En su obsesión por ser fiel a lo vivido, Reinaldo García Ramos sacrifica los valores literarios del relato, entendidos como innovación u otros recursos que siempre ennoblecen un libro.
Sin embargo, a medida que la lectura avanza, Cuerpos al borde de una isla se convierte en un crescendo dramático obtenido gracias a la incertidumbre de ese viaje, al miedo a ser rechazado, al temor a accidentes que impidan al personaje (el propio autor) lograr su objetivo. En ocasiones, hay situaciones extremas que explican muy bien la naturaleza del gobierno totalitario ejercido por secuaces sin conciencia de serlos o con instintos sádicos a flor de piel exacerbados por las circunstancias. Bástenos evocar aquella de una madre con dos hijos, abandonada en un hangar junto con el grupo en que se hallaba el autor, sin comida, sin información, sólo porque uno de los guardias encargados de encaminarlos hacia una de las embarcaciones quiso vengarse de alguien que conocía y que formaba parte de dicho grupo.
También hay algo muy sutil en la manera en que nos cuenta cómo transcurre la espera, e incluso, en cómo comparte sus pocas pertenencias. Una prima del autor heredará aquellas pocas cosas que en otra sociedad no valen nada pero que en medio de las penurias materiales de la cubana se convierten en objetos codiciados. Ante los efectos de la vigilancia, de las consignas contra los que se atreven a desafiar al régimen queriendo abandonar el país, del peligro de ser agredido por turbas de autómatas defensores del Poder, canales subterráneos de solidaridad, alentados por ciertos valores que aún perduran (como la amistad y el recuerdo) renacen o surgen en relaciones entre vecinos y amigos. Todo ello da cariz humano a un drama en que, de ambas partes, todos parecían haber enloquecido.
Cuerpos al borde de una isla es también cuerpos atrapados por la circunstancia geográfica e histórica de un exiguo pedazo de tierra. A 30 años de aquellos sucesos este nuevo libro significa volver a vivir aquel momento, recordar a quienes fueron víctimas de las manipulaciones históricas y se encuentran hoy ausentes, pensar en la importancia del Mariel y la manera en que quienes llegaron con él influyeron, de una forma u otra, en lo que es hoy día la ciudad de Miami.