19 avr. 2009

Hoy en El Nuevo Herald

Hoy escribo en El Nuevo Herald sobre El ánimo animal, poemario de Reinaldo García Ramos, publicado en Bluebird Editions, Miami. Aquí dejo la reseña:

DE IMPRENTA
El bestiario de Reinaldo
WILLIAM NAVARRETE
El Nuevo Herald / Artes y Letras
19 de mayo de 2009

El ánimo animal (Bluebird Ed., Miami, 2008), de Reinaldo García Ramos, es un poemario y también un bestiario. Un bestiario en prosa poética y versos, y si se quiere, mucho más original que éstos por la simple razón de que ambas formas no suelen compartir casi nunca un libro de este tipo. Más allá de Julio Cortázar, la tradición del "bestiario" nos viene de la Grecia antigua y la reafirma el obispo Isidoro de Sevilla, entre el siglo VI y el VII dC. Sus Etimologías - exactamente el libro XI titulado De homine et portentis , fueron caja de resonancia para los poetas anglonormandos del siglo XI. A éstos correspondió versar donde el eclesiástico español sólo daba explicaciones moralizadoras para cada animal representado. Los normandos -el monje Philippe de Thaun, Guillaume le Clerc de Normandie y Hugues de Fouilloy-, versaron y prepararon el camino de otros célebres bestiarios como el de Da Vinci, y más tarde, las famosas fábulas de La Fontaine, ejercicio pedagógico para el Delfín de Francia e, inesperadamente, cima del clasicismo francés.

Todo este sedimento -más digno de la historia de la poesía animalesca que del juicio y sentimiento que ésta inspira- me obliga a pensar El ánimo animal como un constante juego de guiños que esconde -so pretexto de su propia fabulación- una observación refinada y una irónica analogía con el comportamiento humano.

Este bestiario tiene, por así decirlo, un apoyo visual sano y hermoso, en los dibujos de Justo Luis, artista cubano residente en Lieja. Sus animales pululan en el medio acuático, surcan el aire y viven en contacto con la tierra. Al hablar nos sorprenden, ya sea por la sabiduría de sus actos o por la imprevisible respuesta del autor. No cabe aquí la enumeración de todos los aciertos de estas páginas porque cada lector debe desentrañarlos según su propia voz. Ni siquiera valdría la pena nombrar las coincidencias entre éstos y aquellos que aparecen en el libro que Philippe de Thaun dedicó a la segunda esposa de Enrique I Beauclerc (paloma, pelícano, cocodrilo, ciervo, hormiga y avestruz). Extraña no ver en la lista aquellos que se dicen endémicos de Cuba. Y agrada la ausencia de complejo que le inspiran los pingüinos del zoológico de Nueva York y un zorro gris, plateado y alucinado en la imaginación del pintor Ramón Alejandro, a quien ese poema le ha sido dedicado.

El bestiario tiende trampas. Los títulos anuncian personajes de los que creemos adivinar conductas. Si llega el momento de la cotorra, o de la víbora e, incluso, de las frases lacónicas del diálogo entre el tiburón y el delfín, deseamos acertar, según nuestras propias ideas, y nos frustramos, luego, al descubrir que hay salidas más ingeniosas que las nuestras. La víbora, por ejemplo -arma de doble filo por cuanto queremos siempre retrotraerla a algún personaje real de esos que abundan en los romans à clé-, reaparece para verter con cinismo su infeliz esencia. En estas circunstancias, no se puede hablar de un animal pensando en todos los de su especie. En este bestiario, el ciervo capturado, el enardecido y el ciervo libre, es "ese" ciervo y no otro. El pez volador que responde con sarcasmo al poderoso gavilán, es tal vez uno -el que soñó el poeta una tarde con la vista fija en el Atlántico-- y no todos los que pululan en sus aguas.

El poeta anuncia que las fábulas en prosa, inéditas hasta hoy, las escribió en 1975 en La Habana. Aparecen otras, concebidas después, que dan cuerpo definitivo al libro. Ni aquéllas ni éstas expresan el desafuero exterior, la incertidumbre o el miedo. En El ánimo animal el sosiego viene de imágenes pausadas, de cierta sabiduría, de la enseñanza práctica de la vida y del amor. Hay algo muy bello en todo esto. Se agradece que incluso, entre los especímenes más fieros, ninguna agresión nos recuerde la selva que nos espera afuera cada día. Y de sorpresa en sorpresa desentrañamos la obra y comprendemos la nobleza de un regalo que nos ofrece equilibrado ánimo.

No deseo que estas cosas que cuento parezcan un baile de anémonas, engañoso para peces que creyeron ver en ellos elogios y cayeron en prisión tentacular (leer El baile de la anémona). Deseo más bien advertir que quien se acerque a este libro con ánimo de hallar más claves que las de una primera lectura, franca y sincera, pierde su tiempo. La primera idea, la que primero nos atrapa, la que casi no hemos elaborado aún, o sea, la más animal, es la que debemos conservar. Porque lo que cada animal de este bestiario nos inspire será nuestro propio espejo hasta hoy cubierto de fino velo. Bastará retirarlo para sentir que pisamos, más seguros, en el enigmático mundo de nuestra propia naturaleza.

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El bestiario de Reinaldo / William Navarrete