27 mai 2008

Dora Carbonell, hija de Walterio




La otra noche daba mi paseíto nocturno semanal con Ramón. Siempre vamos por el medio del bulevar de Pigalle hasta la Plaza Clichy, y al regreso nos sentamos (si no llueve) en la terraza de La Cigale. Sucedió que los de Gaz de France están abriendo tremendo hueco en la acera que sirve de terraza al café que siempre vamos. A sabiendas de que París es, por debajo, un auténtico queso gruyère, no nos atrevimos a sentarnos en una de las pocas mesas que sobreviven a las obras, arrinconadas entre el hueco y la fachada del café. No queríamos terminar, al menos por ahora, en las catacumbas de Lutecia o en un desagüe dirección el Sena. Entonces nos cambiamos de sitio y caímos en la del café-concierto Aux Noctambules, que a pesar de su estratégica posición, en el corazón de la Plaza Pigalle, le pasábamos siempre por delante sin que nos provocara sentarnos ahí. En eso estábamos cuando de adentro salió un músico caboverdiano que nos tiró el anzuelo para que nos sentáramos dentro, al pie de la escena. Entre pito y flauta salió a relucir el aburrido tema de los orígenes diversos de cada uno. Cuando le dijimos que éramos cubanos le brillaron los ojos y nos dijos: "la cantante que actúa conmigo es franco-cubana". Y así la conocimos…
Dora Carbonell es la primogénita del recién fallecido Walterio Carbonell. Dora nació en Francia, de madre corsa, justo en el momento en que Walterio estudiaba en La Sorbonne. Corría el 1959 y Walterio regresó a Cuba, respondiendo al llamado a los intelectuales y con los sueños que luego, como muchos, tuvo que engavetar. Atrás, en París, dejaba a dos hijas franco-cubanas que no volvería ver hasta 45 años después.
Dora creció lejos de Cuba y se hizo cantante. Compone la mayoría de sus canciones y es una extraordinaria intérprete del repertorio clásico de la "chanson française" (Piaf, Aznavour, Brel, Barbara, etc). En su reciente disco Toi ma voix incluye una canción que le compuso a la Cuba que nunca conoció. Lleva el nombre de la isla y cuenta en ella su destino novelesco, la nostalgia del padre que no la vio crecer, el sol que siempre le faltó. Y es que Dora, aunque parisina, es isleña por los dos costados. En el 2005, por sólo diez días, Dora viajó por primera y única vez a Cuba. Allí conoció a su padre. "Nos quedamos mirándonos a los ojos, las manos agarradas, sin palabras", me cuenta. "Il n'y avait rien à dire", le digo yo. "Il n'y avait rien à dire, tellement le temps est passé", confirma. A su regreso, se metió en los archivos de Estudios Hispánicos (rue Saints-Pères), y encontró un manuscrito de Walterio Carbonell, inédito, titulado Cómo se forjó la cultura nacional. Lo mandó a traducir al francés y lo publicó con el título de L'apparition de la culture cubaine.
Ahí les dejo una foto que le hice a Dora mientras cantaba, la portada del disco y la del libro de su padre. No le hagan caso al afrancesamiento del apellido en la carátula del disco, es una tendencia que se convierte en verdadera lucha cotidiana de los que llevamos patronímicos con consonantes dobles. Yo debo fajarme hasta con los impuestos para no terminar siendo Navarette e incluso en mi buzón la guardiana terminó poniéndolo mal. Ahora Dora tiene un fan-club de cubanos. El café-concierto le hace honor al nombre, porque es a partir de las 12 de la noche en que empieza a llegar la gente. Los que quieran pueden ir a verla los lunes, martes y miércoles de 12 pm a 4 am. Bonne écoute et bonne rencontre aussi !