Nivaria Tejera y William Navarrete, Paris / © Foto Hanton
La familia regresa a Cuba y Nivaria no tarda en dar sus primeros pasos en la vida literaria cubana. Publica en Orígenes, luego en Ciclón y saca a la luz varios poemarios. En la década de los 50 se instala en París, con su esposo el pintor Fayad Jamís. En esta ciudad nace su hija Rauda, quien también es escritora. Es la época de la primera publicación de El barranco. Al triunfo de la revolución la llaman (como a tantos intelectuales cubanos) para participar en el proceso. Vuelve a La Habana y regresa poco después a Europa con el cargo de Agregada Cultural de Cuba en Roma (1961-1962) y en París (1962-1964). En 1965 escribe una larga carta de renuncia que significa su ruptura definitiva con el régimen. Desde entonces nunca más volvió a pisar suelo cubano y desde entonces vive en París junto a su segundo esposo, el pintor castellano Hantón González, uno de los primeros abstractos españoles, de quien el Reina Sofía prepara una completa retrospectiva.
Nivaria gana con su segunda novela (Sonámbulo de sol) el Premio Seix Barral de novela (1971). A esta novela admirable le sigue Fuir la spirale recientemente escenificada por el grupo de teatro Anonyme, de Lille (Francia).
Ha publicado más de diez poemarios y el n° 39 de la revista Encuentro de la Cultura Cubana le dedica un homenaje en que puede leerse su poema "Rueda del exilado", absolutamente sublime. Ahí aparecen, entre otros, los merecidos textos que le dedican Claude Couffon, Maurice Nadeau y Héctor Bianciotti. La crème de la crème…
En 2002 tuve el honor de prologar su libro Espero la noche para soñarte, revolución, publicado en las Ediciones Universal (con anterioridad en francés) y de que aceptase figurar, ella que es muy grande, en la antología de once poetas contemporáneos cubanos en París que publiqué en 2004. Gesto de deuda inolvidable.
Para Nivaria no existe un género literario. La novela, el ensayo, la poesía se entremezclan despojándose de sus fronteras, desencorsetándose. El resultado es un manantial claro, a veces en forma de torrente que todo barre, otra veces como un remanso cristalino. Nivaria tiene una relación visceral con las palabras. No hay una frase hueca en su obra, no sobra nunca nada. Cada palabra está ahí, en su lugar. Como dijo Lezama y a ella le gusta repetir: "cuando encuentra una palabra no tiene que poner a su lado un abismo sino otra palabra".
Es para mí un lujo compartir, de vez en cuando, nunca tan seguido ni tampoco tan espaciado, una tarde con Nivaria. Que sea en su casa en París, en la mía o en el Castillo de Champlâtreux (del siglo XVI), propiedad del actual Duque de Noailles, donde dispone desde hace años de las estancias que cubren la vista hacia el inmenso parque, la noche siempre nos sorprende sumergidos en la enramada que tejen los versos y las palabras. En Champlâtreux crujen los pisos de cedro al paso de los fantasmas. Las puertas se abren y se cierran en ese espacio irreal. Los árboles milenarios parecen sombras armadas. Allí es mejor dormir con tapones en los oídos para no enterarse uno de nada. En París respiro. No hay sobresalto de fantasmas. Lo prefiero. Nos ponemos delante de esas espigas que crecen en su jardín (la foto es de ayer) y nos creemos entre risas que andamos por el país de los anamitas. Aunque afuera la circulación parezca una de las escenografías de Matrix.