4 nov. 2007
Villefranche: joya del mar
Hoy llegué a Villefranche. Por cualquier ángulo que se le coja, la ciudad es a mi juicio la más fotogénica. Su rada es perfecta: en ella cabe una escuadra entera. Replegada entre las aguas del Mediterráneo y los acantilados alpinos, Villefranche parece una fantasía de pintor enamorado. De pintor italiano, por supuesto.
Y para mí Villefranche es cita obligada en mis estancias en la Côte-d'Azur. En ella pasó su infancia mi amigo Pierre. Su abuela, Anna Balducci, venía de Citta di Castello y era propietaria del Club de la Voile, el edificio ocre que se ve desde todas partes de la rada (foto 3). En esa época, la escuadra norteamericana ocupaba la villa, pues allí había quedado en varadero, con derechos marítimos de anclaje, desde el fin de la Guerra (1945) y hasta finales de los sesenta. De modo que Villefranche era también una mina de dólares.
Uno de sus huéspedes ilustres, Jean Cocteau, vivió en la Capilla (foto 4) de los pescadores. Y para agredecerles la acogida la decoró con frescos que se conservan en perfecto estado. Y les legó la obra.
Y cuando anochece, entro por la Calle Obscura (foto 5), una arteria del siglo XIII, abovedada y subterránea, que atraviesa parte del área medieval. A esa hora sólo las sombras y los gatos se atreven a recorrerla.