La amiga Irma Alfonso reseña en el último número de la Revista Hispano Cubana (Madrid), el libro autobiográfico del bailarín cubano Carlos Acosta. Como la revista no llega a todas partes y como en materia de ballet a quien siempre escucho es a Irma, le pedí la reseña para colgarla aquí. Les dejo con lo que al respecto opina.
CARLOS ACOSTA “No way home. A cuban dancer’s story”.
Por: Irma Alfonso Rubio
En: Revista Hispano Cubana, n° 32, pp. 205-209.
Después de leer la biografía de Carlos Acosta [Harper Press, Londres 2007], he tenido que esperar tres meses para distanciarme y superar el estupor que me produjo su primera lectura.
Siento curiosidad por descubrir quién ha escrito este libro. Me pregunto a cuál de los escritores que aún se alimentan de las sobras de la tiranía puede haberle interesado hipotecar su conciencia a estas alturas.
Pretenden hacernos creer que es producto del propio bailarín, asistido por una traductora – Kate Eaton – quien se limitó a llevar su obra literaria al inglés. Al “negro” que lo redactó no se le da, naturalmente, crédito en el libro. Traduzco literalmente el Copyright: “Carlos Acosta afirma su derecho moral a ser identificado como el autor de este trabajo”. Con tan solemne declaración le endilgan al muchacho la autoría de esta novelita rosa y ponen, de paso, sus “derechos morales” a muy poca altura.
Es casi imposible que el texto lo haya escrito un bailarín profesional. Los bailarines no tienen tiempo para dedicarse a la literatura. Las estrellas, menos aún. De tan vistos, nos resultan familiares los trucos que emplea el régimen para embaucar al personal de ultramar.
Esta biografía de Carlos Acosta es un ejemplo de literatura cara para turistas de élite. La edición, de lujo, para pocos lectores, ha costado mucho dinero. La rentabilidad hay que buscarla en el brillo que aporta a los promotores. La vida de Carlos Acosta, contada con honestidad, podría ser la bonita historia de un milagro.
Carlos Acosta: un niño muy pobre que llega a convertirse en gran estrella del ballet. Desde el medio marginal en el que nació y se crió, evolucionó hasta alcanzar la cabecera de cartel de algunos de los teatros más importantes del mundo. En su infancia jugaba a comer fango con los amigos del barrio y participaba en concursos de break dance callejero con los matones de la vecindad. En ocasiones tuvo que dormir en el suelo, con hambre, goteras y cucarachas. A pesar de sus primeros años de miseria, este niño desafortunado logró recibir, en su juventud, algunos de los más altos honores que se conceden a un bailarín. Gracias al empecinamiento visionario de un padre camionero, que logró vencer su propia resistencia y varios fracasos escolares, fue admitido en la escuela del Ballet de Cuba. Él, que quería ser futbolista a toda costa, termina enamorándose del ballet. Es un Billy Elliot al revés. Sus excepcionales dotes físicas le hicieron progresar con gran rapidez. Finalmente, gracias al empeño y a la valentía de su profesora Ramona de Saa, pudo Carlos Acosta escapar de la jaula del Ballet de Cuba y aceptar contratos de importantes compañías extranjeras, tanto de Europa como de Estados Unidos. Una vez fuera de Cuba, su carrera evolucionó vertiginosamente y hoy se encuentra situado entre los más notables bailarines clásicos del mundo.
Pero No way home disuelve la conmovedora historia de Carlos Acosta en un medio literario empalagoso que obstaculiza su lectura. Los hechos reales se enredan en una maraña de ñoñerías destinadas a situar al régimen como el origen del estado de gracia en el que, según sus incondicionales, vive la Cuba de hoy.
La supuesta autobiografía de Carlos Acosta es, en mi opinión, un monumento a la hipocresía y un ejemplo paradigmático de cursilería literaria.
Me apena por él, a quien admiro (remito a mi artículo El prodigioso amiguito negro de Mercuccio, publicado en el Nº 27 de la Revista Hispano-Cubana). Me apena el peaje moral que ha debido pagar al régimen declarándose autor de este engendro. No lo conozco personalmente, pero amigos que lo han tratado por años me dicen que es un chico entrañable. Seguramente Carlos tiene gran apego a su familia, un enorme amor por su madre y sus hermanas y gran cariño y agradecimiento a su padre, ese hosco y curioso personaje que le empujó al ballet, en contra de su voluntad. Es probable que éstas sean razones suficientes para ceder a los requerimientos oficiales.
El libro adolece de varios defectos. Uno fundamental es que dedica relativamente poco espacio al tema de la danza. Otro es la mojigatería con que trata al mundo del ballet. En los cuentos de hadas siempre hay brujas y monstruos malvados, en este libro no. Todas las Compañías por las que pasa son como conventos de Hermanitas de la Caridad. Ni envidias, ni trampas, ni traspiés para escamotear el papel más apetecido. Sólo filias y nada de fobias. Los bailarines parecen ángeles, más que seres humanos. ¡Cómo lo ayudan! ¡Cuánto se alegran de sus éxitos, aún en detrimento de los propios! ¡Qué bondad y qué desprendimiento! ¿Serán los “bailarines nuevos” del Che? Las desventuras de su familia ocupan gran cantidad de páginas. Son a menudo interesantes, en cuanto ayudan a situar al personaje. A veces sobran, por reiterativas y fuera de lugar. Es curioso cómo se la divide en dos bandos: el de los santos que permanecieron en Cuba y el de los malvados que se fugaron a Miami. Y todo ello con una superficialidad y un esquematismo dignos de un mal culebrón.
Hay que ver cómo deforman y manipulan la imagen de Los Pinos, su barrio natal. Cuando interesa destacar el origen humilde de su familia y del medio en que se crió, se nos presenta a sus amigos de Los Pinos como jóvenes descarriados que ocupan sus días en robar, bailar street dance y darse alguna puñalada trapera para zanjar desavenencias. Todos viven en la miseria. Sin agua corriente y muy escasos de suministro eléctrico. Carlos, por falta de espacio y de recursos, está obligado a compartir cama con su madre, con su hermana o con las cucarachas. De tan dantesco escenario lo rescatará la bondadosa y justiciera Revolución.
Sin embargo, al principio del libro se describe el barrio como el escenario de Blancanieves y los siete enanitos. No se percataron de tan grave contradicción.
Como ejemplo del tono general del libro traduzco [del inglés], de la página 5, lo siguiente::
“Aunque el barrio era pobre, todo el mundo tenía su orgullo. Cada domingo se organizaban grupos de trabajo voluntario. Cortaban el césped, pintaban las casas, barrían las aceras y recogían la basura para competir con otras manzanas de la zona. Una delegación del Comité de Defensa de la Revolución pasaría, cuadra por cuadra, revisándolo todo, desde el césped hasta las casas, incluso las farolas del alumbrado público, y al día siguiente todos conoceríamos la cuadra ganadora." –y añade punto y seguido– "También había las competiciones llamadas “Plan de la calle”, que eran grandes fiestas del barrio, con competiciones de canto y de baile, carreras de sacos y de 100 metro lisos. La gente vendía refrescos caseros, polos helados, merengues y croquetas de carne y patata a los cientos de personas que acudían de las barriadas vecinas. El olor a fruta madura característico de nuestro barrio era tan fuerte que impregnaba el tejido de nuestras ropas y anulaba cualquier otro olor. Los habitantes de Los Pinos olían a guayaba en abril, a manzanas reinetas en mayo y a mango en junio. Era el aroma de esas personas, combinado con la humildad que conlleva la pobreza, lo que hacía de Los Pinos un lugar mágico".
Tanta sana diversión revolucionaria, tanta solidaridad, tanta conciencia cívica, tanto helado, tanto refresco, tanta carne y tanta fruta... Huelgan los comentarios.
En medio de tal desvarío, consuela leer lo que se escribe de Ramona de Saa, profesora del Ballet de Cuba. Ella lo formó, lo guió, le dio ánimos y lo protegió. En aras del futuro de Carlos, puso en peligro su propia seguridad. Gracias a ella, Carlos participó en concursos internacionales y los ganó. Exponiéndose a las iras de Alicia Alonso, animó a Carlos a pasar de Italia a Londres, donde lo esperaba un contrato con el National English Ballet, sin pedir la indispensable autorización y dejando en la estacada al Ballet de Cuba, de cuya programación formaba parte. Ella, finalmente, lo animó a aceptar un contrato con el Ballet de Houston. Eso implicaba desembarcar en el mundo del capitalismo y exponerse a sus “nefastas” influencias. Y, para ella, significaba asumir, una vez más, el terrible papel de cómplice.
En el libro no se dice, pero sí que se da a entender: Alicia, al tiempo que lo autoriza a aceptar el contrato de Houston, le advierte de lo poco que tiene que hacer en el ballet clásico un bailarín de su color. Carlos tuvo que tragarse el veneno de esta observación despiadada. Y partió hacia Estados Unidos.
El resultado fue la libertad, mas una libertad condicionada. Atrás quedaba, entre otras cosas, la familia, a la que tan apegado estaba. ¿Justifica ésto el que mantenga una posición de no oposición al régimen a través de su vínculo con el Ballet de Cuba? En su caso personal, y dadas su historia y su circunstancia, probablemente sí lo justifica. Aunque si comparásemos su actitud con la de Mikhail Barýshnicov, que es un caso similar, saldría bastante mal parado.
De cualquier modo, no soy yo quien va a juzgarle. Yo sólo le juzgo como bailarín y, si de mí dependiera, le daría un sobresaliente cum laude.