15 févr. 2009

Hoy en El Nuevo Herald

Hoy, a página completa, escribo una semblanza de la escritora cubana, radicada en Viena (Austria), María Elena Blanco. Aquí dejo el link y abajo copio el artículo:
María Elena Blanco, una poeta cubana en Viena, por William Navarrete

María Elena Blanco: una poeta cubana en Viena
William Navarrete
El Nuevo Herald, domingo 15 de febrero 2009.

Hace veintidós años que reside en Viena (Austria) y cuarentaisiete que dejó La Habana, en donde nació en el barrio de La Víbora, en 1947. En su peregrinar por el mundo ha vivido en Nueva York (a donde llegó de adolescente e hizo sus primeros estudios en el Hunter College), Buenos Aires, la Riviera Francesa, París, Londres, Chile y Kenya. Es María Elena Blanco, ensayista, poeta, ex profesora de la Universidad Católica de Valparaíso y, por más de dos décadas, directora del servicio de traducciones al español de Naciones Unidas, en su tercera antena del mundo junto a las de Nueva York y Ginebra.

Autora de una decena de poemarios, reconoce la influencia de sus múltiples lecturas, entre las que cuentan aquellas del París de finales de los sesenta, en que lo mismo leía con pasión a Baudelaire (del cual ha sido traductora), Verlaine, Mallarmé y otros clásicos de fines del siglo XIX francés, que a los estructuralistas, en pleno apogeo entonces, cuando recibía cursos de Roland Barthes, guía espiritual de este movimiento.

''No niego que también leí con mucha devoción a Elliot, Rilke y a los poetas latinoamericanos del boom de los sesenta'', revela. Algo de ese acercamiento a la poesía anglófona y alemana aflora cuando nos enteramos de que es miembro de dos asociaciones de poetas con sedes en la capital de Austria: Labyrinth (Asociación de Poetas en Lengua Inglesa) y Grazer Autoren Verfammlung (GAV), que reúne a poetas vieneses. De hecho, ha sido traducida, y es traductora a su vez, de poetas austríacos como Marie-Therese Kerschbaumer, Heidi Pataki, H. Artmann y Julian Schutting. Fruto de esa interrelación fue la publicación de toda su poesía en alemán en el volumen Wilde Lohe (Viena, 2007).

A Posesión por pérdida (Sevilla, 1990) –su primer libro de poesías–, siguieron Corazón sobre la tierra, Alquímica memoria (Premio La Porte des Poètes, París, 1996), Mitologuías, Danubiomediterráneo y, entre otros, su más reciente: El amor incontable (Madrid, 2008). Muchos de sus poemas aparecen en importantes antologías y es también autora del libro de ensayos Asedios al texto literario (Madrid, 1999). Ante la enjundiosa lista de títulos que conforman su obra, asombra que se le conozca poco y se le mencione aún menos en los cenáculos de la literatura cubana de una y otra orilla.

''He vivido muy al margen de ese ámbito. Mi participación en reuniones de temas cubanos se reduce a tres congresos celebrados bajo el título de Con Cuba en la distancia (dos en Cádiz y uno muy reciente en Valencia). También a colaboraciones con la revista Encuentro'', aclara. ''A pesar de estar en el centro de la Europa contemporánea Viena es una especie de periferia con respecto a Europa Occidental. Por otra parte, al estar casada con un chileno he tenido mucha más relación con el mundo suramericano'', algo que observo en su poemario Mitologuías, subtitulado "Homenaje a Matta", inspirado en este célebre pintor chileno.

Sin embargo, como traductora para Naciones Unidas e integrante de una delegación de esta organización, María Elena Blanco llega a La Habana, en 1990, por vez primera en treinta años. ''Fue muy importante recorrer los sitios de mi infancia'', señala. ``Hay toda una memoria mitificada del espacio que sólo cobra dimensión real cuando tenemos la oportunidad de verificar con nuestros propios ojos ese lugar. De revivirlo, en la medida de lo posible. De caminarlo''.

La visita a Cuba le permitió ponerse en contacto con escritores y poetas que se interesaban por el grupo Orígenes y en su figura preponderante José Lezama Lima. ''De esos contactos salió publicado, en Cuba, en las ediciones matanceras de El Vigía que dirigía Alfredo Zaldívar, mi poemario Corazón sobre la tierra / tierra en los ojos. Acepté porque esas ediciones, originales y exquisitas a la vez, eran extraoficiales, o sea, independientes'', añade refiriéndose a los libros artesanales y también excepcionales que publicó en los noventa un pequeño grupo de escritores matanceros al margen de las ediciones oficiales.

En su poesía posterior a ese encuentro pueden leerse toponimias del recuerdo: Celimar, Güira de Melena, El Cajío, La Víbora, Playa Albina (guiño al poeta origenista Lorenzo García Vega) y ''en un rincón de Viena el misterio de unos lugares habidos como propios y nombrados como suyos por otros / o intempestivamente ahí / y es que / (la imagen más reciente de la casa es sin techo)'', de su poema Inventario, como si repasase en su memoria y consolidase los recuerdos con aquello que ha podido ver otra vez.

En Catastro de ruinas y monumentos, uno de los poemas de su libro Alquímica memoria, la oímos versar: ''[...] tal vez la ciudad no esté en ruinas / o las ruinas estén dentro de mí / (la casa pálida, más flaca, como convaleciente / habitada por otra familia, / negra) [...]''. Y aparece el poema como si de un celuloide se tratase, retratando sensaciones, olores y toda la consternación de aquel encuentro con los orígenes, ante la puerta de su casa en donde ``[...] un joven negro viene a ser anfitrión, / titular del solum y del domus, / te recibe o te espera en tu casa (blanca) / que no es blanca / tu casa / tu suelo que es sólo tierra en los ojos [...]''.

Al hojear sus libros descubrimos la amplitud de sus horizontes. Un exergo de la poetisa Carilda Oliver; otros de Virgilio Piñera, Rulfo, Borges o Gérard de Nerval; un poema dedicado a la memoria de Yves Montand, de Prévert y la cantante parisina Barbara; unas rimas de Góngora; un pensamiento de Ortega y Gasset o de San Juan de la Cruz; una portada de Matta, otra de Alejandro Hasler. De todo ese cosmopolitismo que ha sido también su propia vida y su riqueza, la poetisa sale fortalecida. Su verso se vuelve sinfonía múltiple y su voz retumba en nuestros propios recuerdos y lecturas.

Es bueno leer a María Elena Blanco, conversar con ella. Es muy saludable descubrir, en el complejo mapa de la cubanía, otras voces femeninas de la Isla con peso propio y extraordinario caudal de imágenes. Saber que los contornos de La Habana están también en Viena, en esa ciudad blanca ''que es mi casa y que disfruto de ópera en concierto cada día, en medio de mi trabajo y labores cotidianas''. Sentirla segura de sus raíces, muy integrada a escritores de lengua germana. Segura también de su grandioso recorrido, sin necesidad de vociferar para imponerse, ni de vivir con el ánimo exacerbado. Leerla es ir descubriendo detrás de cada estrofa una historia sabia, un viaje incesante entre el pasado y el presente, un gesto de modestia y, sobre todo, de muy sobria elegancia.•