10 févr. 2009

Revista Hispano Cubana n° 32 - Madrid

Hojeo el n° 32 (el último), de la Revista Hispano Cubana (Madrid). Leo una excelente reseña de la autobiografía del bailarín Carlos Acosta, por Irma Alfonso; otra del último ensayo de Enrique del Risco, por Pío Serrano y una tercera de las dos novelas de Manuel Reguera Saumell, por Alberto Lauro. Descubro hermosos poemas del amigo Manuel Díaz Martínez y un relato titulado Una llamada de atención de David Lago. La revista incluye un dossier sobre los 50 años de castrismo(textos de Pío Serrano, Armando Añel, Julián B. Sorel, Oscar Espinosa Chepe, René Gómez Manzano y Armando de Armas), así como un ensayo sobre el exilio del hombre nuevo por Emilio Ichikawa. No lo he leído todo aún.
Les dejo mi colaboración para ese mismo número sobre la dinámica de la nostalgia en la música del exilio:



continúa... pp. 229-234

La dinámica musical de la nostalgia en exilio
William Navarrete

En el repertorio musical cubano son recurrentes los temas que, desde el exilio, se refieren de forma nostálgica a la Cuba del período llamado republicano que antecede al triunfo de la revolución de 1959. Desde las primeras oleadas de exiliados cubanos, desencadenadas por los bruscos cambios políticos y el cese de libertades esenciales en la Isla, constatamos la tendencia, por parte de compositores e intérpretes, de incluir en sus repertorios temas que rememoran estampas de la vida cubana durante las seis primeras décadas del siglo XX.

Fue ése, en parte, el tema de mi libro Cuba: la musique en exil (Ed. L'Harmattan, París, 2003). En él, a partir de ejemplos ilustrativos, estudié el vasto repertorio que ha surgido fuera de Cuba, desde 1959 hasta la fecha de publicación de la obra.

Tal vez sea necesario aclarar que, aunque en el mencionado ensayo abordé la creación musical del exilio desde ángulos temáticos diversos (militantismo y oposición política al régimen, escenas de la vida cotidiana fuera de la Isla, canciones de amor y otros temas), en el artículo que ahora nos ocupa me referiré exclusivamente a aquellas composiciones en que la nostalgia es el sentimiento que aflora por encima del contenido.

La nostalgia –en el caso de un exilio tan duradero como el cubano– ha ido, con el decursar del tiempo, desplazando su centro de atención de aquellos años republicanos del pasado hacia diferentes momentos de las décadas de 1960-1980, en que las nuevas generaciones de artistas y escritores que no conocieron la vida antes de 1959, comenzaron a evocar sus propias vivencias en la Cuba revolucionaria. Esta nueva coyuntura (y posibilidad) ha sido incluso utilizada por artistas cubanos que abandonaron el país a principios de los sesenta. En este sentido, siempre me ha parecido curioso que un tema musical como La guagua (del sanluisero residente en Cuba y fundador de la Orquesta Original de Manzanillo, Cándido Fabré), fuese incluido por Celia Cruz en Irresistible, un álbum grabado en 1994 por el sello discográfico RMM. Al mencionar este ejemplo no insinúo que alguien pudiese sentir nostalgia por las guaguas cubanas y la deficiencia del transporte colectivo en la Isla a partir de los años sesenta. Más bien lo que estoy señalando es que el tema se ofrece como pincelada costumbrista de los años posteriores a 1959 y que esta coyuntura específica de la crisis económica permanente de la Cuba "socialista", no podía resultar familiar a una cantante como Celia Cruz que nunca regresó a su país ni tuvo que montarse en una guagua habanera. Esto significa entonces, que a medida que el exilio se nutre con nuevas oleadas migratorias la balanza se va inclinando hacia un público al que ya no le sirven (por no haber vivido la etapa republicana) los testimonios de la vida próspera de esos años, sino que necesita más bien identificarse con su pasado reciente por muy poco atractivo que éste resulte.

De modo que aquellas canciones como Yo volveré (de Eduardo Davidson, cantada por Zoraida Marrero); Nostalgia habanera, Luna de Varadero y Luna de Camagüey (las tres de Bobby Collazo); Habana, cuando te vuelva a ver (de René Touzet); Añorada Cuba (de Cristina Saladrigas); Santa María del Mar y Callecitas de La Habana (de Rosendo Rosell); El Paseo del Prado (de Otilio Portal); He perdido una perla (de Nazario López), entre muchas otras de compositores e intérpretes del primer éxodo, no tienen el mismo impacto en esa primera generación de exiliados que en las sucesivas. Para este público de cubanos de aquel primer exilio y sus descendientes llegados a las costas floridanas muy jóvenes, el empresario artístico Leslie Pantín (creador del Carnaval de la Calle Ocho, en 1977) tuvo la idea de constituir, en 1999, el festival Cuba Nostalgia, que se celebra dos veces al año en el Convention Center de Coconut Grove. Allí, en los diferentes kioscos, este público específico saborea, todavía, no sólo las composiciones musicales de su llegada a Estados Unidos, sino que reviven, a través de objetos o copias comerciables, la numismática, la gastronomía, las publicaciones en facsímil de revistas de antaño y hasta los papeles de regalo de la tienda por departamentos El Encanto, esos reductos nostálgicos de un pasado, que podrían dejar indiferentes, o a lo sumo, despertar meramente algo de curiosidad, entre los exiliados de épocas más recientes.

En Miami, a diferencia de Nueva York y otras ciudades más cosmopolitas, la presencia de una importante concentración de cubanos ha permitido que determinados artistas "arrastren" consigo a parte del público que solía asistir a sus conciertos cuando vivían en la Isla. Así, por ejemplo, cuando un intérprete del llamado "feeling" como lo es Meme Solís, se presenta una vez al año ante el público de Miami, se dirige esencialmente, quiéralo o no, a aquellas personas que en la Cuba de los sesenta y principios de los setenta le oían cantar junto a Luis García. De la misma manera, cuando el cienfueguero Enrique Chia, producido por la Sociedad Pro-Arte Grateli de Miami, ofrece sus conciertos instrumentales de piezas del repertorio "tradicional" cubano, basta con observar el nutrido grupo de espectadores presentes en el Dade County Auditorium de Miami para entender que ese tipo de espectáculo está concebido para alimentar la nostalgia de aquellos exiliados de la primera oleada que han continuado apegados a un determinado tipo de espectáculo que les recuerda, tanto por su concepción como por su contenido, aquellos que disfrutaban en la Cuba de antes de 1959. Asimismo, cantantes cubanas de presencia más reciente en la ciudad (Malena Burke, Mirtha Medina, Albita Rodríguez, Cristina Rebull, Annia Linares, Maggie Carlés, Seve Matamoros, etc.) logran aunar en sus respectivas peñas, y no siempre por espacio de tiempo estable, al público que en Cuba las conocía y se interesaba en ellas.

Ahora bien, al referirnos a la nostalgia tenemos forzosamente que evocar el caso específico de la generación de cubanoamericanos, jocosamente llamados YUCA (por las siglas de Young Urban Cuban American y las connotaciones gastronómicas de ese tubérculo en la alimentación de los cubanos). A mediados de los años setenta esos cubanoamericanos (la mayoría llegados de niños con sus padres a principios de los sesenta) han terminado de crecer en el medio ambivalente de las dos culturas: la cubana, hogareña y familiar; y la norteamericana, de la escolarización y la vida exterior. De ese fenómeno surgen grupos musicales (Los Coke, Les Antiques, Opus, Wildwind, Pearly Queen y Los Sobrinos del Juez, Clockwork, Alma, entre otros), y despuntan solistas como "Willy" Chirino (primer álbum en 1974) y compositores como "Titti" Soto (1944-1992) que reivindican a partir de sus títulos musicales el derecho de existir como exponentes híbridos de dos culturas. Muchos de ellos, dada la temprana edad en que llegaron al exilio, son un buen ejemplo de un curioso fenómeno de "nostalgia por trasmisión", o sea, de la se aquiere en el medio familiar en donde crecieron oyendo de sus padres y abuelos los recuerdos y modo de vida de la Cuba que ellos no vivieron prácticamente. Es importante destacar que los primeros temas (en los años setenta) de estos compositores cubanoamericanos intentan ventilar ante todo el problema que les acarrean las interrogantes sobre la identidad. "Willy" Chirino, por ejemplo, graba en su primer álbum el título Soy. Por su parte, Soto, desde Puerto Rico, escribirá el tema Yo soy el barco, que apunta también hacia ese conflicto de reafirmación identitaria.

Esa generación de cubanoamericanos, una vez que han solucionado en problema de la identidad mediante esta especie de catarsis que es la creación artística para determinado público, se incorporarán al ámbito provechoso de la nostalgia y comenzarán a evocar en sus temas aspectos de la vida cubana sobre los que probablemente no conservan recuerdo alguno. Cuando "Titti" Soto compone su célebre título La esquina habanera (primero grabado en 1989 por el también cubanoamericano Hansel Martínez; luego incluido por "Willy" Chirino en su álbum de 1998 Cuba Libre), nos preguntamos de qué esquina habanera pueden hablar Hansel (que dejó definitivamente La Habana a los tres años de edad) e incluso el propio "Willy" Chirino (quien, aunque salió de Cuba a los trece años vivió hasta la fecha de 1961 en su Consolación del Sur natal).

Justamente, en este momento, la nostalgia se convierte en un elemento identitario e incluso unitario (por supuesto, con matices y grados específicos según cada individuo) de la comunidad cubana establecida en el Sur de la Florida. Tal vez el caso más evidente, tanto por su éxito intracomunitario como internacional, sea el de la cantante Gloria Estefan, nacida en La Habana en 1957 y llegada a Miami cuando era niña. Inicialmente, gracias al talento como productor de su esposo Emilio Estefan, Gloria graba junto con el grupo Miami Sound Machine al que pertenecía, un primer álbum titulado Renacer / Live again. Nótese además del bilingüismo, la connotación del título cuyo sentido apunta hacia esa etapa de reivindicaciones del derecho de existencia en el ámbito artístico de los cubanoamericanos, ya señalada arriba. Las primeras grabaciones de Gloria, sus álbumes del "período Miami Sound Machine", etc., introducían temas o estilos propios de la música cubana poniendo especial cuidado en dosificar estos elementos para no atentar contra las preferencias del público anglosajón ni resultarle demasiado "étnico". Sin embargo, en 1993, cuando ya no cabe duda de que la nostalgia es un ingrediente que todos pueden reivindicar, Gloria Estefan saca su primer álbum completamente en español: Mi tierra, que hasta el momento ha sido el más exitoso de toda su carrera. No en balde, ese mismo año la cantante Celia Cruz incluye en su disco Azúcar negra, el tema de Luis Aragón De La Habana hasta aquí y el actor cubanoamericano Andy García rescata mediante dos excelentes álbumes titulados Master Sessions I y II (1994), la música del legendario contrabajista y compositor Israel López "Cachao" (1918-2008), después de haber producido el documental Cachao, como mi ritmo no hay dos (1994), sobre la vida de este maestro.

Quiere esto decir que en los años noventa se produce en Miami una fusión (al menos en el ámbito de la música), de las múltiples capas de ese largo exilio. No es raro constatar que en un trabajo discográfico como South Beach (1993) del propio "Willy" Chirino participen creadores cubanoamericanos como la trovadora Marisela Verena, los cantantes Lisette Álvarez, Olga María Touzet Guillot, Carlos Oliva, Gustavo Rojas, Sergio Fiallo y las Chirino Sisters, junto a otros que como Albita Rodríguez y Donato Poveda abandonaron Cuba después de la caída del muro de Berlín (1989). Similar característica poseen los álbumes de Gloria Estefan como Mi tierra, en los que constatamos la presencia de Jorge Luis Piloto y Jon Secada (entre los cubanoamericanos), de "Cachao" y Juanito Márquez (de largo exilio en Miami) y del trompetista Arturo Sandoval de exilio más reciente.

La nostalgia presentada como un conjunto de reminiscencias de aspectos de la vida en la Isla dejados atrás ha ido condensándose en un producto único "made in Miami" en que resulta difícil distinguir a qué Cuba o a qué período de la sociedad cubana contemporánea se está haciendo referencia.

Tal vez el caso más reciente y en que mejor pueda apreciarse esa fusión de valores lo muestre el álbum 90 millas, de la propia Gloria Estefan, lanzado al mercado en el 2007. Si uno observa las fotografías que acompañan el libreto vemos a la cantante vestida a la usanza habanera de los cincuenta en un décor que corresponde a los interiores decrépitos y descascarados de las habitaciones y exteriores de la Cuba actual. Se diría que la imagen del deterioro de las infrestructuras cubanas ha logrado imponerse, incluso en el exterior, cuando se desea ofrecer la imagen de un producto cubano auténtico. El libreto exhibe una pátina de ciudad carcomida por el abandono y Gloria Estefan, por contraste, aparece en uno de esos balcones de barrotes oxidados de La Habana, exquisitamente maquillada y vestida como las mujeres de la Cuba de los cincuenta. Al mismo tiempo, el repertorio incluye una "invocación a Eleguá", que le da título al disco y es cantanda (y esto es lo sorprendente) por la propia Gloria en lengua negra; así como el título Esperando (Cuando Cuba sea libre) en el que se nos pronostica que celebraremos la liberación de Cuba en los "aires libres" de La Habana (aires libres que dejaron de existir hace ya varias décadas y que estaban en la acera del cine Payret), en las playas de Matanzas (sólo hay una que merezca ese nombre: Varadero) y mediante otras particularidades de las restantes seis provincias antiguas de Cuba sin que importe mucho qué corresponde al pasado y qué resulta aún de actualidad.

A esta fusión de elementos de todas las nostalgias apunta la tendencia de los últimos años en la música. Probablemente sea éste uno de los argumentos de nuestra modernidad, alcanzada ya no por la clara conciencia de la larga vida del exilio cubano, sino por necesidad de una identidad otra, común a todo exiliado, que es la existencia de un país imaginario y reconstruido en nuestras mentes hasta la saciedad.

Cuando una amiga que salió de Cuba en 1961 evoca los famosos dulces de Eulogio (al parecer exquisitas miniaturas fabricadas por este dulcero célebre de La Habana), un cubanoamericano elogia las hamburguesas estilo cubano a 10 centavos del Morro Castle en la calle 7 del NW y yo, por mi parte, sostengo que como el "cake" de nata de La Gran Vía nunca he vuelto a encontrar, los tres nos estamos remitiendo de manera nostálgica a un pasado en que ninguno podrá nunca comprobar cuánto de veracidad hay en la excelencia anunciada por el otro. Tal ajiaco de sentimientos – para usar un término culinario propio de Cuba –, se expresa en el ámbito de nuestra música. Y del mismo modo en que la coyuntura de una larga presencia de hispanos en Nueva York generó ese fenómeno llamado "salsa", la interrelación de todas nuestras nostalgias cubanas ha dado cuerpo a un producto musical nuevo que, de una forma u otra, todas las generaciones del exilio sienten como propio, y con respecto al cual todos nos sentimos, en lo que cabe, identificados.