Hoy escribo en El Nuevo Herald un reportaje sobre Estrasburgo y el valle alsaciano del Rin.
Por: William Navarrete
domingo, 01 de mayo del 2011
Una frontera natural separa a Alemania de Francia: el río Rin, importante ruta comercial desde tiempos inmemoriales y razón del auge económico y artístico de todo el territorio renano, incluso en épocas tan lejanas como el Imperio Romano y, luego, el Carolingio y el Sacro Imperio Romano Germánico.
El valle alsaciano del Rin y su capital, Estrasburgo, fueron desde siempre fuentes de conflictos bélicos. En seis ocasiones la ciudad y la región circundante estuvieron bajo la égida alemana, no sólo porque su población fuera de origen germánico sino por los intereses estratégicos y económicos generados por la región. Por ello, o justamente para poner fin a siglos de disputas francogermanas, Estrasburgo fue seleccionada desde 1949 para acoger el Parlamento Europeo y el Consejo de Europa. No ha de extrañarnos entonces que, a pesar del escaso interés arquitectónico del barrio en que se localizan las instituciones europeas, los guías turísticos locales prefieran comenzar el recorrido de la ciudad por esta zona altamente simbólica.
Estrasburgo se vanagloria de poseer un barrio medieval perfectamente conservado y declarado en su integridad Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO. Se trata de La Petite France, donde vivían y trabajaban los curtidores de pieles, pescadores y molineros de antaño. Sus viejas casas de viguería aparente, canales, puentes y esclusas hacen del barrio una Venecia en miniatura, y su carácter original y pintoresco que se haya convertido en la imagen exterior de la capital alsaciana.
La Petite France es un islote aledaño de esa isla mayor que es el barrio de la Catedral, donde se concentra la mayor parte de los monumentos de Estrasburgo. Quien dispone de poco tiempo se dirigirá inmediatamente a la gran Catedral, imponente tanto por su tamaño como por la extraordinaria profusión de esculturas que exhibe su fachada de piedra arenisca rosada. Su construcción comienza en 1176 DC y su fachada y única flecha demoraron siglo y medio en ser terminadas. Goethe (que vivió de joven en la ciudad) y Elías Canetti le dedicaron no pocos escritos. En su interior, el majestuoso rosetón es considerado el más ancho de toda Europa. Los 4,500 paneles de vitrales (muchos del siglo XIII) hacen que se le considere el conjunto más rico de Francia, después del de la Catedral de Chartres. El púlpito, del 1485, fue concebido en estilo gótico flamígero por el célebre predicador Geiler de Kaysersberg y el mueble que cubre el órgano, ricamente decorado con maderas policromadas, fabricado en 1385.
La gran atracción de la Catedral, pese al sinfín de esculturas y vitrales antiguos que atesora, sigue siendo el Gran Reloj Astronómico, obra maestra del Renacimiento, concebida en 1547 y aún en funcionamiento. Tratándose de un reloj animado, los visitantes se agolpan en la sala donde está para ver a cada cuarto de hora las figuras alegóricas de las “cuatro edades de la vida”. A cada hora en punto, cómo suena la figura que representa a la muerte, y al ángel dar vuelta a una clepsidra. A mediodía, se produce el gran desfile de los apóstoles frente a un Cristo que los bendice, un gallo que canta tres veces y el mismo Cristo bendiciendo al final a todos los que se hallan congregados delante de esta impresionante e ingeniosa pieza.
En una esquina de la Catedral se encuentra la Casa Kammerzell (1465) cuyos pisos superiores datan de fines del 1500. Se trata de un ejemplo coherente de arquitectura doméstica medieval alsaciana y hoy día acoge un restaurante de cocina tradicional especializado en la conocida choucroute alsaciana (plato de coles curtidas y hervidas con derivados del cerdo), pero en Kammerzell ha sido transformada por un acompañamiento de tres pescados diferentes.
Dos museos importantes se encuentran cerca de la Catedral: el de la Obra de Notre Dame, que atesora la mayor parte de las esculturas de la Catedral que fueron salvadas de los excesos de la Revolución Francesa y el de Bellas Artes, instalado en el Palacio del Cardenal Rohan-Soubise, elegante edificio de 1731 en donde residieron, tras su paso por Estrasburgo, desde María Antonieta, Luis XV y María Leszczynska, hasta Napoleón Bonaparte. En dicho palacio se encuentran el Museo de Artes Decorativas, el Arqueológico, y finalmente, el de Bellas Artes, en donde pueden ser admirados lienzos del Giotto, el Greco, Membling, Botticelli, Zurbarán, Watteau, Rubens, Van Dyck, Veronés, Goya, Chassériau, entre muchos otros maestros de la pintura mundial.
Podrá perderse el visitante en el laberinto de callejuelas del barrio de la Catedral. Lo mismo admirará la casa del sulfuroso conde Cagliostro (1747) en la calle de la Rape, que disfrutará de la animación de la plazuela del Marché-Gayot y de la plaza de Saint-Etienne, con sus numerosas terrazas de tabernas y restaurantes abarrotadas durante las noches veraniegas. Admirables son también las viejas casas de la Place du Marché aux Cochons de Lait (literalmente, del Mercado de Lechones o Cerdos Lechales) en donde enseñas, puertas, ventanas y techos se conservan desde finales del XVI.
La llamada Ciudad Alemana, fuera del casco histórico que acabamos de visitar, posee la mayor parte de los edificios imperiales prusianos, construidos tras la ocupación alemana de Alsacia en 1870. El Palacio Imperial (desde 1883 residencia del Káiser), la Universidad, el Teatro de la Opera, la Plaza de la República, son algunos de los monumentos de este período concebidos en ese estilo grandilocuente, grave y desalmado del Neoclasicismo imperial germánico.
Probablemente se desee conocer algo de los campos circundantes atravesados por el Rin, sus afluentes y cultivados de viñas que hacen del vino blanco de Alsacia el de mayor y merecida notoriedad en todo el mundo. Para ello es aconsejable la visita al pueblecillo de Obernai, cuyas murallas, torres defensivas, plazuelas y arquitectura doméstica gran homogeneidad, permanecen conservadas desde los siglos XV y XVI. El impresionante campanario (beffroi) data del siglo XIII y mide 60 metros de altura. Al lado, el Ayuntamiento es un excelente ejemplo de híbrido gótico y renacentista del siglo XVI. Obernai tiene también excelentes bodegas de vino local y una gama de restaurantes prestigiosos entre los que la Maison à la Cloche, frente al Ayuntamiento, no sólo posee hotel propio y se encuentra en céntrica posición, sino que ofrece especialidades regionales elaboradas a partir de productos artesanales.
Podrá también dirigirse el visitante al conocido Monte Santa Odile, el sitio de peregrinación por excelencia para todo alsaciano y el más importante del Este de Francia, a pocos kilómetros de Obernai y después de pasar la aldea de Ottrott. Allí, en lo alto de un promontorio rocoso, rodeado de bosques de coníferas, de arroyos y manantiales, la joven Odile fundó antes de morir en el 720 DC, una importante congregación católica y un convento. Venerada por sus obras pías y su ejemplar vida, Odile fue rápidamente santificada, cuanto más que según cuentan quienes desde el siglo IX escribieron su historia, cumplió milagros que en vida le valieron el reconocimiento de todos los habitantes de la región.
La visita de la basílica actual permite ver la cripta en donde se hallan los restos mortales de la venerada santa, la iglesia reconstruida en el XVII que conserva los confesionarios más bellos y mejor esculpidos de Alsacia, así como la terraza panorámica desde la cual se pueden contemplar buena parte del Valle del Rin, unas 30 aldeas del mismo y, a lo lejos, la flecha de la Catedral de Estrasburgo y la Selva Negra de Alemania. En esa misma terraza, las capillas de las Lágrimas y los Angeles atesoran mosaicos de inspiración bizantina, laminados en oro y de una exquisita factura que datan del siglo XIX. Los que desean recorren los alrededores del imponente promontorio rocoso pueden tomar los senderos que llevan al manantial de Santa Odile y también al misterioso y ancestral Muro Pagano, cuyo origen es uno de los grandes enigmas de la arquelogía europea.
Estrasburgo y su región, es, sin lugar a dudas, un viaje al corazón de la Europa en donde se entremezclaron los pueblos latinos del Mediterráneo, los anglogermánicos del Norte y los Esteuropeos. De esa mezcla resulta una historia fascinante que ejemplifica el caudal de tesoros artísticos de la región y el inagotable patrimonio gastronómico, así como la celebración de las tradiciones populares, únicas en el mundo. Alsacia, la más pequeña de las regiones francesas es, a su vez, una de las más originales y de las más grandes en riquezas y atractivos de todo el país.