Hoy escribo en El Nuevo Herald sobre el libro teórico que el pintor Waldo Balart ha publicado en Aduana Vieja. El próximo martes 13, a las 18h 60, en la Casa Bacardí de la University of Miami, se proyectará el documental Waldo Balart en concreto del director cubano Luis Deulofeu, sobre la obra del pintor:
Aquí el enlace:
El Nuevo Herald / Waldo Balart
Waldo Balart: reivindicaciones y prácticas del color
William Navarrete
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domingo, 11 de diciembre del 2011
Es común que los amantes de la pintura y el arte en general disfruten de un cúmulo significativo de textos críticos esclarecedores sobre artistas de su interés. Lo inusual es que, más allá de manifiestos de grupos, tendencias y estilos, un pintor publique y ahonde, en forma de tratado, los paradigmas que han guiado (y guían) de forma racional sus instintos artísticos. Digamos que, aquello que le ha servido para dar forma racional y concreta a la expresión pictórica.
Ese artista es el cubano Waldo Balart (Banes, 1931), quien nos ofrece ahora en edición bilingüe español e inglés su tratado La práctica del arte concreto. El camino hacia el conocimiento de la sociedad europea / The Practice of Concrete Art. The European Society’s Path Toward Knowledge (Aduana Vieja, Valencia, 2011), prologado por Alfredo Triff y ampliamente ilustrado, a título de ejemplos, con la obra del pintor.
Un centenar de exposiciones y conferencias acompañan el currículum de este artista concreto, quien por vicisitudes históricas relacionadas con su exilio en 1959, crece y se desarrolla de modo completamente autónomo con respecto a los artistas concretos de la Isla, como Sandú Darié, Loló Soldevilla, Rafael Soriano, Mijares y Salvador Corratgé, entre otros, reunidos ese mismo año en La Habana en la conocida exposición 10 pintores concretos. A Balart le toca otro destino (a mi juicio más risueño) que fue el de vivir a plenitud creativa el Nueva York de los años 60, tomar clases en su Museo de Arte Moderno, trabar estrecha amistad con Andy Wahrol (para quien actúa incluso en dos de sus películas) y decidir, por sí mismo con inusual gesto de autoafirmación total independencia con respecto al pop y adhesión a aquello que se conocía ya como “arte concreto”.
Quienes conocemos el estudio del artista en esa parte del viejo y enjundioso Madrid que recorre la casi cuesta de San Ildelfonso, hemos bajado en un antiguo montacargas, a la bodega-atelier del artista. Allí, fuera de toda posibilidad de luz exterior, el ojo de Waldo Balart descompone, cual prisma, los ocho colores del espectro de luz y, a partir de ellos, siguiendo siempre el orden inviolable de la secuencia de colores, obtiene la materia pictórica necesaria para rellenar las formas geómetricas espontáneas que concibe.
Como muy bien apunta Alfredo Triff en su texto introductorio, comparar el trabajo de Balart al neoplasticismo de Mondrián pecaría de fácil y equivocado. Es cierto que, las formas geométricas desprovistas del sentido personal que les da el color, vistas por aquellos que no logran leer la intención marcada del pintor de respetar la secuencia antes mencionada y lo que de ella emana, dan cierta similitud en el trabajo de ambos. Pero, precisa Triff, “donde terminan las similitudes comienzan las diferencias”.
A partir de cuatro paradigmas: el simbólico-místico (para el Románico y el Gótico), el racional (para el Renacimiento, Barroco, Neoclasicismo y Romanticismo), revolucionario y vanguardista (para el Impresionismo, Expresionismo y Cubismo) y, finalmente, sensible, global y de información instantánea (para las vanguardias del siglo XX: constructivismo, suprematismo y neoplasticismo), el artista devenido teórico recorre magistralmente los momentos estéticos cumbres del último milenio hasta nuestros días. Pone mucho cuidado en limitar su materia de estudio al arte europeo, algo que excluye de facto toda pretensión de abarcar la creación humana universal bajo puntos de vista que sabemos son irreconciliables.
Independientemente de estas consideraciones -que son la materia del libro teórico que Waldo Balart nos extiende hoy-, el hilo conductor del mismo es la impronta del color en cada período y la manera en que el siglo XXI condensa, con más dudas que certezas, toda la experiencia humana en materia de conocimiento. En tiempos en que la mecánica cuántica, la matemática fractal, los medios de comunicación instantáneos, etc, irrumpen en el arte, disponemos (a decir de Balart) de muy pocas certidumbres. Sabiamente nos alienta a “sacar nuestras propias conclusiones en un acto de riesgo continuo, en el cual la certeza de una propuesta se queda en el acto incierto y sin fundamento racional”. El arte y, por extensión, el papel del artista, añade, es “un compromiso ético con la vida a través de la estética”.
No es La práctica del arte concreto... el primer libro teórico publicado por Waldo Balart. Le preceden Ensayos sobre arte (1992) y un sinúmero de conferencias y charlas en las que los cuestionamientos estéticos en este ámbito han estado siempre presentes. Con esta nueva entrega el artista (y teórico) nos aporta, a modo de conversación entre amigos, el haz de luz que él mismo no ha cesado de descomponer y penetrar tantas veces en su búsqueda incesante de respuestas. Sus rayos de esa misma luz que lo inspira y guía se me antojan hilos conductores; el color que atinamos ver, la fantasía necesaria para entender algo más que nada de la razón de ser.