© Fotos William Navarrete
Ruidosa y fiestera. Turbulenta y soporífera. Guayaquil no tiene nada que ver con las ciudades ecuatorianas andinas. Aquí hay que estar a cuatro ojos. El célebre Malecón después de haber sido uno de los lugares públicos más peligrosos de Sudamérica se ha convertido, con un policía cada 20 metros, en el más seguro del continente. La ciudad depara múltiples sorpresas, todas agradables. Es cierto que es una ciudad en que asaltos y secuestros son frecuentes, pero cada cual viaja con su propia estrella. Basta con no pasearse a altas horas de la noche, con dejar a buen resguardo documentos y tarjetas, no salir vestido como para una boda. Siguiendo estas simples recomendaciones nos fundimos en esa marea humana que hormiguea toda el día en Guayaquil y experimentamos una ciudad rebosante de vida en cada esquina.
El Parque del Seminario y la Catedral.
El cerro de Santa Ana, desde el río Guayas
La calle de las Peñas, lugar donde se establecieron los primeros colonos de Guayaquil.
Paseo por el río Guayas, la arteria fluvial responsable del desarrollo económico de Guayaquil.
Todo paseo por el Malecón de Guayaquil empieza al pie del reloj morisco, uno de los símbolos de la ciudad
NO todo lo que brilla es oro. El suburbio de Durán, al otro lado del Guayas.
El el Parque del Seminario cohabitan iguanas, aves y hombres.
Los famosos monigotes de Guayaquil se fabrican durante todo el año y el 31 de diciembre, a las 12 de la noche, cada cual convierte el suyo en fogata.