"Boabdil el chico", óleo de finales del XV atribuido al pintor Fernando del Rincón, de la colección del Marqués de Villasegura, legado a la ciudad de Santa Cruz de Tenerife.
Tenía tiempo y entré en el Museo Provincial de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife. Nunca lo había visitado por falta de tiempo, por horarios incompatibles con los míos o porque las veces que había estado frente al edificio que lo acoge el calor me empujaba más bien del lado de la sombra que ofrece, en el lindo parque vecino, la exhuberante vegetación y el kiosco belle époque donde venden horchatas. Pero esta vez entré y descubrí una exposición de las obras y vida de Imeldo Serís Granier y Blanco, Marqués de Villasegura, político, filántropo y hombre de cultura que aportó mucho a Tenerife. Cuál no fue mi sorpresa al descubrir este cuadro de Boabdil (Granada, 1459 - Fes, 1532), el último rey nazarí de Granada en esa fecha crucial de 1492 y fin de la Reconquista cristiana. Nunca había visto un óleo de Boabdil. Entonces me vino a la mente el poema que le escribí hace tiempo, andando yo por La Alhambra en una primavera de 1994 con mis amigas Carla y Osa Romeo, pensando en aquel último día de poder en que perdería dos coronas: la de su autoridad real y la de nieve en las cimas de la Sierra Nevada:
Boabdil abandonado en el jardín del amor
William Navarrete
..........................A Granada doblemente coronada
Colina cálida, Sabika mía,
¿qué mal te aqueja hoy que apenas siento
el ruido de la alhóndiga y la ceca,
el rumor del Darro y del Genil,
bálsamos de mi rostro,
la risa del ciprés después del pájaro,
el crujir de tus ramas muertas?
¿Qué dioses te atormentan
para que ocultes levantando polvo
mi única corona: la blanca,
ofrenda limpia de tu sierra?
¿He descuidado, ingrato, tu nombre
generoso en uno de mis rezos?
¿He castigado, injusto, al hijo
que acaricia tu tierra pródiga?
¿Qué he hecho yo, vasallo tuyo,
ingrávida colina,
si a ti debo el aroma de las flores,
del gálgulo el arrullo,
de tu cuerpo el nido?
¿Por qué cedes al humo
el rojo de tu tarde
que es faz de jovenzuela
que se encarna
si del amado le llega una mirada?
¿Por qué, colina amada,
me entregas al jardín
donde un suspiro mío
secará para siempre las adelfas?