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Hoy escribo sobre Dulce Anaya (Wohner) una gloria cubana, fuera de la órbita cubana por casi seis décadas, lúcida, auténtica, genial. Me satisface haber tenido el privilegio de hacerle este reportaje durante mis pasadas vacaciones en Florida. Disfruto sus revelaciones, su acento que no se ha desteñido ni un ápice, a pesar de haber vivido fuera de Cuba y del mundo cubano desde 1956, sus anécdotas y sabiduría. Agradezco a Pedro Portal el excelente reportaje que le hizo en Jacksonville y que acompaña el artículo.
Dulce Anaya: un mito del ballet cubano y mundial
William Navarrete
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lunes 23 de enero del 2012
Tal vez porque ha vivido desde hace 42 años en el norte de la Florida, en donde fundó y dirige el Jacksonville Ballet Theatre; quizás porque salió de Cuba desde 1956 para nunca volver, Dulce Anaya, la bailarina que se ha parado en puntas junto a figuras de renombre en las compañías de danza más prestigiosas del mundo es, hoy día, muy poco conocida entre los expertos del ballet cubano.
Nacida en Rancho Boyeros, inmediaciones de La Habana, en 1931, Dulce Wohner Ventayol es hija de un pianista austríaco establecido en Cuba y de una maestra de escuela descendiente de una vieja familia del Oriente cubano. Desde muy pequeña su padre alentó sus estudios de ballet y la inscribió en la Sociedad Pro Arte Musical, bajo la instrucción de Georges Milenoff, el maestro búlgaro de todos los que querían ser bailarines en la Cuba de la década del treinta.
Cuando Milenoff dejó la dirección de la Academia, Laura Rayneri de Alonso colocó a su hijo, el coreógrafo Alberto Alonso, en el lugar de éste. Dulce se convirtió en su alumna, pero quien en realidad le daba las clases era la bailarina Alicia Alonso. Fernando Alonso, fundador y mentor del ballet de Cuba, solía decirle, un poco en broma pero con no poco acierto: “Tú fuiste la única alumna que realmente tuvo Alicia”. Fue entonces, exactamente en 1944, cuando obtuvo el primer papel de relevancia en la escena. Se trataba de una de las cuatro amigas de Giselle, en el ballet homónimo, para el Auditórium de La Habana, en la primera puesta de este ballet en Cuba. Más tarde, en 1945, cuando Alberto Alonso montó Petrushka, le reservó el papel de la bailarina callejera, a la vez que asignaba el del Moro a Eduardo Parera, el de la muñeca a Alexandra Denisova y él asumía el protagónico.
Sin haber cumplido los 16 años, Dulce Wohner (aún no había adoptado su apellido artístico de "Anaya") comienza un cursillo en la School of American Ballet de Nueva York, en donde fue aceptada en la clase profesional con maestros como Anatole Oboukhov, Nicolas Vladimirov y George Balanchine. Dulce recuerda que este último cuando la vio bailar le dijo que “estaba muy bien pero adolecía de tener baja estatura y las caderas demasiado anchas”. Años después, cuando se hallaba en el elenco del Ballet de Munich, el propio Balanchine no vaciló en otorgarle el papel de Eurídice en el ballet Orfeo, que entonces había montado para esa compañía alemana. Entonces Dulce le preguntó: “Y de mis caderas qué”.
Por sus cualidades idóneas el American Ballet Theatre (ABT) le propone un contrato. “Recuerdo - nos cuenta - que como era menor de edad no podía bailar bajo contrato. Entonces mi padre me llevó a Cuba para cambiar la fecha de nacimiento en mis papeles oficiales y así poder entrar en la compañía”. En esa época la llamaban “Dolly” y durante el año que trabajó para el ABT Alicia Alonso y Nora Kaye rivalizaban por los protagónicos. Pero la compañía cierra a fines de 1947. Alicia y Fernando Alonso regresan a Cuba y fundan entonces el Ballet de Alicia Alonso. Dulce formará parte de su primer elenco y de la primera gira latinoamericana, desde México hasta Argentina.
“Al final de esa gira, ya en Buenos Aires, me llama Lucia Chase, la fundadora de ABT, para que reintegre la compañía que acababa de abrir de nuevo”, recuerda Dulce. “Cuando poco después Alicia reaparece por Nueva York y me ve entre las bailarinas del ABT fue como si hubiera visto al diablo: no me habló durante tres meses”. Harto conocidas son en el mundo del ballet las rivalidades entre bailarines y la férrea voluntad de la pr ima ballerina cubana en no permitir que nadie le tomase la delantera en protagonismos.
Dulce Wohner abandona el ABT en 1952, año en que regresa a La Habana para casarse. En ese momento Fernando Alonso quiso hacer una gira por Sudamérica a la que se incorporan estudiantes de ballet que terminaron por ser conocidas como figuras relevantes del Ballet Nacional de Cuba, como Mirtha Plá, Carmita Prieto, entre otras.
“Eran los años de Perón y la compañía se había quedado sin dinero en Buenos Aires. Mi primer esposo, Alberto de la Vega, era una especie de administrador del elenco y se presentó ante el mismísimo general Perón para que le diera solución a nuestra situación”, rememora. “Gracias al carisma de mi esposo, Perón mandó al director del Teatro Colón a anular la programación de óperas y no sólo nos puso a bailar en el célebre teatro, sino que luego mandó a desviar la trayectoria de la motonave Evita para que regresáramos a La Habana. Por supuesto, el Ballet de Alicia Alonso, en agradecimiento, le ofreció una función privada del El lago de los cisnes, en los jardines de la Casa Rosada", revela.
La inestabilidad de la compañía de Alicia Alonso, por factores económicos y políticos, hizo que Dulce pusiera sus miras en Europa. En el Viejo Continente consigue una audición para el Royal Ballet de Londres, donde Margot Fontayn era la primera bailarina. Por estar ésta casada con Roberto Arias, un diplomático panameño, logra tener una audición con Ninette de Valois quien desea tomarla a condición de que asumiera la nacionalidad británica. Dulce prefiere probar suerte en otra parte. No aceptó, pero entra poco después en el London Festival Ballet.
“Fueron años muy intensos los que viví en Europa. De Londres pasé a la Compañía del Marqués de Cuevas, fundado por este mecenas chileno en París, en donde me toman de primera bailarina junto a estrellas como Rosella Hightower y Serge Golovine. De allí me llevaron entre 1956 y 1957 al Ballet de Stuttgart para bailar una sesión completa de La bella durmiente”, cuenta quien desde ese momento abandona el apellido Wohner para convertirse en Dulce Anaya, nombre por el que se le conoce hoy en el universo de la danza.
“En 1957 gracias a una disparatada función al aire libre en el Zoológico de Munich, en donde el camerino era la jaula de los murciélagos y llovía a cántaros, dos personajes, el príncipe Karl Viktor prinze zu Wied y Wilfrred Hossman, se fijan en mí y me proponen introducirme en el Ballet de la Ópera Estatal de Munich, en donde alcanzaré reconocimiento internacional con el protagónico del ballet Ondina, especialmente concebido para que que yo lo bailase”. Dulce Anaya será partenaire en esa compañía de los célebres bailarines Erik Bruhn y Fleming Flindt. También ensayará con un Nureyev recién llegado a su exilio occidental.
“Finalmente en Munich me reafirmé como bailarina. Llegué a interpretar a Giselle en un célebre festival llamado ‘de las siete Giselles’ en el que también la interpretaron junto a mí Beryl Grey, Galina Ulanova, Margot Fontayn, Yvette Chauviré, entre otras”, añade.
En 1966, entró en contacto con Martha Jackson, quien había sido alumna de Alberto Alonso y tenía una escuela de ballet en Jacksonville. “Al principio - revela - compartía mi tiempo entre las funciones con el ballet de Munich y el resto del mundo, pues seguía como bailarina invitada en Europa, a la vez que en Jacksonville, en donde empezaba a asentarme. En esa época bailé también en Ballet Concerto de Miami, fundado por Sonia Díaz y Martha del Pino”. Con ellas montó Coppelia y luego, en Miami, trabajó como maître para una escuela que había abierto el propio Milenoff.
En 1970, Dulce Anaya funda la Jacksonville Ballet Theatre con una larga temporada de Cascanueces, que mantuvo en cartelera con rotundo éxito durante dos años. Durante la primera década de ballet en esta ciudad del norte de la Florida tuvo como partenaires a Edward Villella (del New York City Ballet), Ted Kiditt e Ivan Nagy (ambos del ABT), entre otras destacadas figuras del mundo de la danza clásica. Entre los cubanos que invitó a la compañía se encontraban Carlos Gacio como profesor; Andrés Estévez, Zoika Tovar, José Manuel Carreño (de Cuba) e Ileana López y Franklin Camero (venezolanos del Miami City Ballet) como solistas.
A pesar de sus casi 60 años fuera de Cuba, la bailarina de brillante carrera conserva el gracejo y las expresiones típicas de una manera cubana de hablar que ya va desapareciendo. Con sus 80 bien empleados años, Dulce dirige, imparte clases y se ocupa en estos momentos de que la versión completa de La bella durmiente esté a punto para festejar el 40 aniversario de la compañía. Memoria fidedigna de toda una época y de los orígenes del ballet en Cuba, también del renacer de este arte en la Europa de la postguerra, Dulce Anaya no ha descansado un minuto. Todo su esfuerzo se ha centrado en llevar al ballet a cada lugar en donde ha vivido. Es tal vez por eso que ha sido parca en dar entrevistas. Pero las nuevas generaciones de bailarines y amantes de la danza deben conocer la labor de quienes como ella son auténticos mitos vivientes del ballet.
Dulce Anaya, en Ondina, Munich, 1959.
Dulce Anaya con Flemming Flindt, en Giselle, 1962.
Dulce Anaya con Erik Bruhn, Munich, 1961.
Dulce Anaya.
William Navarrete y Dulce Anaya Wohner, diciembre 2011.