20 févr. 2008

Del brazo largo de Miguel Ángel



A la manera socarrona de otros tiempos… Esta pareja de ángeles custodia, desde ambos lados, la majestuosa arca de San Domenico (Santo Domingo) en la basílica de Bolonia consagrada en honor del fundador de la orden de los dominicos. El "arca" había sido concebida por Nicola Pisano y Arnolfo di Cambio desde 1267, pero colaboraron sucesivamente en los añadidos escultóricos Niccolo dell'Arca (o de Bari) y el joven Miguel Ángel Buonarroti (en 1494, con 19 años) que será quien pondrá el punto final a los tres siglos de realización de este monumento.
Miguel Ángel Buonarroti llega a Bolonia como exiliado, el mismo año de la muerte de Niccolo dell'Arca, huyendo de la amenaza que constituían las prédicas moralizadoras del monje Savonarola. Habrá que recordar que el furibundo personajillo había logrado usurpar el poder republicano a los Médicis y que Miguel Ángel era ya en esa época un protegido de la principal familia de Florencia para la que Ludovico, su padre, trabajaba desde hacía tiempo. Una vez en Bolonia – donde sólo residió un año – el artista se colocó bajo la protección de Gianfranco Aldovandri quien le encargó que terminara las estatuillas que faltaban a la decoración de la famosa tumba llamada Arca de Niccolo.
El primer ángel con candelabro es el de Miguel Ángel. Bajo el drapeado exquisito se adivina la poderosa musculatura de brazos, piernas y cuello. Incluso las alas (si se les compara con las de su compañero) revelan el desparpajo de su masculinidad. Me imagino que debajo del pretexto angelical del muchacho se esconde el cuerpo de algún obrerillo bolonés, de aquellos que desde muy temprana edad andaban dando pico y pala en las obras (siempre por acabar o remodelar), del enorme poderío papal en la península itálica. Estamos ante el preludio de la futura profusión de músculos característica de los cuerpos pintados o esculpidos por el maestro del Cinquecento. El segundo ángel, el de Niccolo dell'Arca parece una niñita aplicada. A diferencia del "ángel macho" sostiene a duras penas el candelabro. Ni siquiera lo coge por debajo sino que apoya su base contra el cuerpo por miedo a que resbale de sus manos. Su cuello y rostro amanerados contrastan visiblemente con la energía que se desprende de su pareja. Inmediatamente sabemos quién domina a quien… en el cielo.

En la tercera imagen que coloco aquí se ve la estatuilla de San Próculo, mártir de Bolonia y santo poco conocido, que esculpió Miguel Ángel para dicho monumento funerario. La misma sensación de temeridad viril, en contraste con las restantes figuras del arca, sobresale de esta estatuilla de apenas 65 cms. La fiereza del rostro no encaja con ningún episodio de la vida del mártir. Una absoluta libertad guiaba entonces cincel y pincel. Siempre me ha parecido admirable que artistas del Renacimiento como Miguel Ángel se burlaran de los prelados de la cruz ofreciéndoles apetitosas carnes a cambio del dinero con que la propia Iglesia les pagaba. Dinero que los ministros de la cruz chupaban al rebaño de corderos que al final costeaba, sin imaginarlo siquiera, los delirios sublimes de estos artistas por medio de la opresión eclesiástica. Por eso cuando leo y veo muchas de las boberías eróticas (en general de lamentable gusto) de nuestro tiempo me pregunto si nuestros contemporáneos pueden ver, y sobre todo sentir, más allá de sus acolchonaditas camas, planchaditas sábanas y facilona guanajera.
N/ Fotos tomadas por mí mismo (17 de febrero 2008 en Bolonia).